Desde siempre he sido egoísta. También desde que recuerdo he sostenido que esta conducta no solo es perfectamente justificable, sino que representa un valor fundamental del ser humano que deberíamos ubicar en el lugar que le corresponde: en todo lo alto. Sin descaros, con razones.Para Thomas Hobbes, el “hombre es el lobo del hombre”. La esencia del ser humano es competitiva y egoísta, lo que lo impulsa a una búsqueda insaciable de poder. Dado que éste (poder) se obtiene a costa de los demás, se desata una lucha violenta que termina o con la muerte o con la instauración de un soberano poderoso: Leviatán. El egoísmo es para Hobbes causa directa de la violencia. No es menor su postulado, toda vez que abrió una nueva visión a la Ciencia Política en el siglo XVII.Recuerdo que en la entrada al periférico -a la altura de Las Flores de sur a norte- yacía un letrero en forma de rombo con la leyenda incomprensible para mis ocho años que decía: “Ceda el paso”. Nunca comprendí si era una recomendación, una instrucción o simplemente un grito desesperado que animaba la feroz lucha por entrar (unos) y no dejar pasar (los otros). Años después, a la hora pico, un agente de tránsito cruzaba su motocicleta en el primer carril para que pudiéramos entrar al periférico (los unos).
Adam Smith, por su parte, sostenía que la búsqueda del bien propio genera por medio de una “mano invisible” el bien común. En su obra clásica que dio origen a la Ciencia Económica en el siglo XVIII asume un par de supuestos de cooperación natural y respeto de las leyes, pero eso no elimina la inclinación por buscar el beneficio propio. El egoísmo es para Smith causa directa de la generación de riqueza e indirecta del bienestar social.
“Si viaja con un niño, primero póngase usted la máscara de oxígeno y después coloque la máscara al menor”, nos recomiendan en los aviones previo a despegar. Se reconoce la utilidad de anteponerse uno al otro, del tal forma que uno sea capaz de salvar al otro. Es decir, podemos ayudar solo si tenemos las condiciones para hacerlo.
Diariamente, al igual que millones de habitantes de la ciudad de México, soy víctima del egoísmo irracional de los conductores de taxis y microbuses (principalmente). Además de que son cientos de miles, cumplen cabalmente con la expectativa de hacernos pasar momentos desagradables. Se “cierran”, se paran, dan vueltas en los lugares más inoportunos; rebasan, se vuelven a “cerrar”, suben pasaje y -por si fuera poco- te mientan la madre si es que acaso les reclamas o los volteas a ver. Su conducta es -sin embargo- más irracional que egoísta, pues si tuvieran un poco más de visión, ya hubieran deducido que propiciar un ambiente de cooperación vial, les brindaría beneficios directamente a ellos. ¿Por qué entonces no cooperan?
La teoría de juegos a través de un postulado conocido como “El dilema del prisionero” ilustra cómo ante ciertas circunstancias el incentivo a no cooperar es muy alto. En resumen, atrapan a dos delincuentes a quienes por separado les ofrecen un trato con 3 resultados posibles: 1) Ambos confiesan y son condenados a 6 años, 2) Los dos lo niegan y por no tener pruebas suficientes son condenados solo a 6 meses y 3) Uno lo niega y el otro confiesa, el primero es condenado a 10 años y el segundo sale libre. Los prisioneros conocen claramente las reglas y aún cuando les conviene la opción 2 (negarlo) para obtener sólo una pena de 6 meses, el resultado del juego es que confesarán, pues la existencia de la posibilidad 3 los orillará a elegir la opción regular. Así los dos confiesan y obtienen una pena de 6 años que es menos mala que una pena de 10 años. Es decir, no se coopera por desconfianza, no por egoísmo, que es diferente.
En este sentido, el egoísmo racional además de un valor humano es la única conducta posible generadora de bienestar perdurable. Como humanidad, al buscar nuestra permanencia, es necesario ante todo y sobretodo cuidar al planeta. No hacerlo, nos liquidará como especie. Al estar directamente relacionado el calentamiento global con las actividades humanas, una actitud racional será impulsar acciones que eviten el deterioro de la Tierra. Racional y también egoísta. No hacerlo, implicaría lo contrario: ser irracionales y bastante estúpidos. Claro que hay intereses y habitos particulares que impedirán que las mitigantes se apliquen de inmediato. ¿Estamos dispuestos por ejemplo a no usar nuestros coches? Imposible en el corto plazo, pues las condiciones no están dadas.
La búsqueda de la felicidad humana emana del egosímo y se manifiesta de diversas formas dependiendo de la madurez y conciencia del individuo y de la sociedad. Así, un niño que no distingue claramente la consecuencia de sus acciones, se comportará inconcientemente, buscando de manera insaciable cubrir sus necesidades. Una sociedad inmadura se conducirá de manera similar: buscando su bienestar en el corto plazo, aún cuando esto le perjudique en un segundo momento. En contraste individuos y sociedades más concientes, se conducen de tal forma que sus acciones benefician a los demás y al mismo tiempo están satisfaciendo sus necesidades particulares. Son racionales y también egoístas.
El reto que tenemos como humanidad es propiciar situaciones tales donde existan incentivos claros y concretos para participar. No es suficiente incorporarnos valores como la bondad o la ayuda desinteresada, pues -como demuestra el dilema del prisionero- siempre existirá un incentivo para no cooperar. Es menester, en primera instancia, afirmarnos como seres egoístas y hacernos concientes de que el único camino para alcanzar nuestro bienestar personal (más o menos perdurable) es participando y cooperando con la sociedad. No hacerlo, representa una conducta poco egoísta y sí muy irracional.
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