Jueves ordinario: Al cielo

Cuando estudiaba la licenciatura en el ITESM, CCM, pasaba algunas horas -entre clases- sentado en las bancas de los jardines. Leyendo y escribiendo. Por supuesto, nada relacionado con mis materias escolares.

Sentado en esas bancas, leí varios libros clásicos, como el Anticristo de Federico Nietzsche y Romeo y Julieta de Shakespeare. Y también devoré novelas estadounidenses y redescubrí mi pasión por el cuento mexicano.

Un día soleado de noviembre de 1994, escribí una reflexión que quiero compartir. Es un poema libre que refleja fielmente mi amor por la espiritualidad.
_________________________

Al cielo

Al cielo, al infinito;
al orden que garantiza seguridad.
Al cielo, a él que siempre está ahí
agradezco su comprensión al aceptar mi espíritu
y sanar mi alma.

Al cielo que permite encontrarme
agradezco y reclamo.
Por medio de él percibo mi existencia
y elevo mi espíritu.
A través de él me engaño,
pues creo percibir la armonía en si mismo.

Su inmensidad me confunde,
pues imagino a alguien controlar su espacio.
Su armonía me engaña,
pues me emociono al creer que es eterna.
Al cielo reclamo por adjudicarse características mías.
Al cielo reclamo por hacerme débil.
A mi debilidad celeste detesto.

A él que me invita a la reflexión, agradezco.
Al cielo que me previene de mi debilidad por
perderme en su ilusa divinidad.

Al cielo porque es azul,
a él lleno de estrellas,
a él cambiante de intensidad.

Al cielo que está afuera y lo siento tan mío.

Al cielo, a la armonía, a la esperanza.

8 de noviembre de 1994.

__________________________

Jueves ordinario: la expectativa

“Papá: ¿Por qué no metiste gol?”, me preguntó Bruno hace unas semanas cuando veníamos saliendo de un cuadrangular organizado por el Banco. Jugué si acaso 20 minutos en el primer partido y no estuve ni cerca del área contraria. Lo que sí me llevé fue una torcedura en el tobillo izquierdo.Titubeé al responder y lo único que se me ocurrió decirle fue: “Porque estuve jugando en la media, hijo”. Por supuesto la explicación no le satisfizo, pero no pareció darle tanta importancia. Aunque, claramente, él esperaba más de mi, cuando menos un golecito.Hace más de tres décadas mi papá me llevaba a los Pumitas en CU y en el coche venía motivándome. Me decía que yo podía ser lo que quisiera: desde quedarme en la banca hasta el goleador del equipo. Tengo grandes recuerdos de esos años, pero uno en particular ha sido recurrente de unas semanas para acá: mi papá no pudo asistir a un juego sabatino y al regresar a la casa le mentí sobre mi desempeño: “Metí un gol olímpico y uno de penal”.

Ahora Bruno es el que juega en los Pumitas. Estoy seguro que no les extrañará que una de las preguntas que le hago cuando regresa de sus entrenamientos es si es que ha logrado meter un gol. Casi siempre me arrepiento de hacerlo, pero me cuesta mucho trabajo evitarlo. Sobretodo me interesa que se divierta y así se lo hago sentir, aunque recuerdo que meter goles siempre fue muy divertido. En fin, me parece que en este punto tengo pocos puntos a mi favor.

Pues bien, que el sábado pasado fue su primer partido. Bruno estaba un poco nervioso y sugirió tímidamente muy temprano que mejor fuéramos al cine. Le di un par de consejos sobre esa sensación increíble debajo del vientre: de cómo disfrutarla primero y de cómo aprovecharla después. Debió ser más o menos convincente, pues muy rápido ya estábamos en el coche. Aunque tal vez ayudó un poco que iba a manejar esa vuelta a la manzana que le concedemos los fines de semana.

“¡Gol!” gritamos (más yo por supuesto), cuando al estar de “caza goles” metió su primer “romperedes” en un partido oficial. El árbitro le pidió su nombre y él orgulloso se lo dijo pausadamente, para que lo entendiera y lo anotara bien en su libretita. La verdad es que nuestra expectativa (la de su mamá y la mía) no era que metiera gol. Cuando menos no antes del juego. Aunque he de confesar que en el momento que empezó el partido sentí cómo un chorro frió de adrenalina recorrió mi cuerpo. Lo demás lo hizo él. Yo sólo di un par de indicaciones y disfruté enormemente al verlo cómo se divertía.

Aún así, todavía no estoy muy seguro de cómo es que debo manejar mis expectativas respecto a su desempeño. Y no hablo sólo de fútbol. Lo que sí me queda muy claro es que presionarlo de más puede ser muy dañino. Y también hacerlo de menos.

Jueves ordinario: el egoísmo

Desde siempre he sido egoísta. También desde que recuerdo he sostenido que esta conducta no solo es perfectamente justificable, sino que representa un valor fundamental del ser humano que deberíamos ubicar en el lugar que le corresponde: en todo lo alto. Sin descaros, con razones.Para Thomas Hobbes, el “hombre es el lobo del hombre”. La esencia del ser humano es competitiva y egoísta, lo que lo impulsa a una búsqueda insaciable de poder. Dado que éste (poder) se obtiene a costa de los demás, se desata una lucha violenta que termina o con la muerte o con la instauración de un soberano poderoso: Leviatán. El egoísmo es para Hobbes causa directa de la violencia. No es menor su postulado, toda vez que abrió una nueva visión a la Ciencia Política en el siglo XVII.Recuerdo que en la entrada al periférico -a la altura de Las Flores de sur a norte- yacía un letrero en forma de rombo con la leyenda incomprensible para mis ocho años que decía: “Ceda el paso”. Nunca comprendí si era una recomendación, una instrucción o simplemente un grito desesperado que animaba la feroz lucha por entrar (unos) y no dejar pasar (los otros). Años después, a la hora pico, un agente de tránsito cruzaba su motocicleta en el primer carril para que pudiéramos entrar al periférico (los unos).

Adam Smith, por su parte, sostenía que la búsqueda del bien propio genera por medio de una “mano invisible” el bien común. En su obra clásica que dio origen a la Ciencia Económica en el siglo XVIII asume un par de supuestos de cooperación natural y respeto de las leyes, pero eso no elimina la inclinación por buscar el beneficio propio. El egoísmo es para Smith causa directa de la generación de riqueza e indirecta del bienestar social.

“Si viaja con un niño, primero póngase usted la máscara de oxígeno y después coloque la máscara al menor”, nos recomiendan en los aviones previo a despegar. Se reconoce la utilidad de anteponerse uno al otro, del tal forma que uno sea capaz de salvar al otro. Es decir, podemos ayudar solo si tenemos las condiciones para hacerlo.

Diariamente, al igual que millones de habitantes de la ciudad de México, soy víctima del egoísmo irracional de los conductores de taxis y microbuses (principalmente). Además de que son cientos de miles, cumplen cabalmente con la expectativa de hacernos pasar momentos desagradables. Se “cierran”, se paran, dan vueltas en los lugares más inoportunos; rebasan, se vuelven a “cerrar”, suben pasaje y -por si fuera poco- te mientan la madre si es que acaso les reclamas o los volteas a ver. Su conducta es -sin embargo- más irracional que egoísta, pues si tuvieran un poco más de visión, ya hubieran deducido que propiciar un ambiente de cooperación vial, les brindaría beneficios directamente a ellos. ¿Por qué entonces no cooperan?

La teoría de juegos a través de un postulado conocido como “El dilema del prisionero” ilustra cómo ante ciertas circunstancias el incentivo a no cooperar es muy alto. En resumen, atrapan a dos delincuentes a quienes por separado les ofrecen un trato con 3 resultados posibles: 1) Ambos confiesan y son condenados a 6 años, 2) Los dos lo niegan y por no tener pruebas suficientes son condenados solo a 6 meses y 3) Uno lo niega y el otro confiesa, el primero es condenado a 10 años y el segundo sale libre. Los prisioneros conocen claramente las reglas y aún cuando les conviene la opción 2 (negarlo) para obtener sólo una pena de 6 meses, el resultado del juego es que confesarán, pues la existencia de la posibilidad 3 los orillará a elegir la opción regular. Así los dos confiesan y obtienen una pena de 6 años que es menos mala que una pena de 10 años. Es decir, no se coopera por desconfianza, no por egoísmo, que es diferente.

En este sentido, el egoísmo racional además de un valor humano es la única conducta posible generadora de bienestar perdurable. Como humanidad, al buscar nuestra permanencia, es necesario ante todo y sobretodo cuidar al planeta. No hacerlo, nos liquidará como especie. Al estar directamente relacionado el calentamiento global con las actividades humanas, una actitud racional será impulsar acciones que eviten el deterioro de la Tierra. Racional y también egoísta. No hacerlo, implicaría lo contrario: ser irracionales y bastante estúpidos. Claro que hay intereses y habitos particulares que impedirán que las mitigantes se apliquen de inmediato. ¿Estamos dispuestos por ejemplo a no usar nuestros coches? Imposible en el corto plazo, pues las condiciones no están dadas.

La búsqueda de la felicidad humana emana del egosímo y se manifiesta de diversas formas dependiendo de la madurez y conciencia del individuo y de la sociedad. Así, un niño que no distingue claramente la consecuencia de sus acciones, se comportará inconcientemente, buscando de manera insaciable cubrir sus necesidades. Una sociedad inmadura se conducirá de manera similar: buscando su bienestar en el corto plazo, aún cuando esto le perjudique en un segundo momento. En contraste individuos y sociedades más concientes, se conducen de tal forma que sus acciones benefician a los demás y al mismo tiempo están satisfaciendo sus necesidades particulares. Son racionales y también egoístas.

El reto que tenemos como humanidad es propiciar situaciones tales donde existan incentivos claros y concretos para participar. No es suficiente incorporarnos valores como la bondad o la ayuda desinteresada, pues -como demuestra el dilema del prisionero- siempre existirá un incentivo para no cooperar. Es menester, en primera instancia, afirmarnos como seres egoístas y hacernos concientes de que el único camino para alcanzar nuestro bienestar personal (más o menos perdurable) es participando y cooperando con la sociedad. No hacerlo, representa una conducta poco egoísta y sí muy irracional.

Jueves ordinario: la justicia (deportiva)

“¡A máxima!”, nos gritaba Víctor Villa, el Head Coach de Lobos en 1982, mientras hacíamos “rebases” alrededor del deportivo Plateros, ubicado a un costado del Aurrera y a otro de la Prepa 8. Íbamos subiendo equipados y con “tacos” sobre el pavimento. Y lo complementaba animadamente Mario Pérez: “¡Para que se hagan hombrecitos!”

Este esfuerzo -nos decían- era requisito indispensable para ganar el juego del domingo. Y repetían –sin cesar- que los “juegos se ganan en el entrenamiento”, mientras algunos ya empezábamos a sollozar. Ni qué decir del “matador” de los martes o del “círculo romano” de los miércoles, que con gran pasión dirigían Víctor Flores y Miguel Amieva respectivamente.

Cabe señalar que al final de la temporada sí logramos ganar el campeonato de la liga infantil “Afaimac” y todavía un juego adicional que llamaban “campeón de campeones”. Me parece, sin embargo que fue más por la unión del grupo, con un compañerismo que a más de 25 años todavía nos vincula, que por el “segundo esfuerzo» o algunos excesos innecesarios que ya he referido.

Pues bien, que el lunes pasado en un juego de grandes emociones (esos que vinculan a los aficionados con la NFL) los Dallas Cowboys derrotaron en final dramático a los Buffalo Bills. Tony Romo lanzó 5 intercepciones y soltó un balón más. Cuando iban perdiendo por 8 puntos se asomaban varias mantas victoriosas de los aficionados de los Bills. Una de ellas –escrita durante el partido- decía que habían esperado 13 años para disfrutar de ese momento. Unos segundos después de que Nick Folk, el pateador de los Cowboys anotó el gol de campo de la victoria, se veía cómo los mismos aficionados se escurrían hacia los túneles, con rostros llenos de frustración. ¿Qué necesitaban para ganar ese partido?

Para los aficionados al “panbol”, refiero rápidamente cómo los Pumas perdieron “injustamente” contra los Santos el domingo por la tarde. Jugaron mejor, pero los de la Comarca Lagunera fueron más efectivos. Es claro que las rachas existen y también que las costumbres pesan. Hay quienes ganan por hábito. También los que pierden.

Algo más que está relacionado con deporte, aunque no necesariamente. El domingo en el maratón de Berlín. Seguramente ya vieron las fotos, vídeos y demás circo periodístico. El excandidato del PRI a la presidencia hizo trampa, aunque ya envío un comunicado de siete cuartillas que desmiente todo lo que vimos millones de personas. Justicia deportiva no reconocerle el triunfo, aunque, ¿qué pensaría este señor? No cabe duda: existen hábitos y vicios ineludibles.

Los objetivos del deporte deben estar muy bien definidos, pues no es lo mismo la convivencia infantil en un equipo de fútbol americano (FBA), que la ambición de un deporte profesional como la NFL; menos parecido el objetivo personal que se busca al trotar por las mañanas, o el de inscribirse a un maratón.

Para terminar cito textualmente las palabras de Héctor Nieto quien fue coach de equipos infantiles de FBA durante muchos años: “El éxito de un coach responsable de un equipo infantil o juvenil no se debe medir por juegos ganados o puntos anotados y mucho menos por campeonatos obtenidos, sino por el número de jugadores que regresan a jugar al año siguiente”.

Para ser justo (en términos deportivos) cabe señalar que regresé a jugar 5 años en el equipo que dirigían Victor Villa, Mario Pérez, Victor Flores, Miguel Amieva, Alejandro Rosaldo y Francisco Coria. Gracias por sus enseñazas y sobretodo por todo el tiempo que nos dedicaron dentro y fuera del campo de juego.

Jueves ordinario: el agachado

“Y me voy con la mula de treses”, anunció el buen Juanito antes de tirar su última ficha, ganar la mano y llevarse el torneo de dominó de los Coyotes de Tecamachalco celebrado en su casa de Valle de Bravo hace un par de años. Había logrado superar a los 16 participantes que nos inscribimos en una sesión que se extendió por más de 12 horas. Esa última ficha que tiró se la había “guardado”, despistando a los oponentes magistralmente.Además de una gran memoria, la capacidad de Juanito para engañar a los jugadores se ha convertido en un arte imposible de igualar. Esta táctica, sin embargo, no es muy apreciada por los jugadores clásicos del grupo, pues desprecia la aportación del compañero y al mismo tiempo distorsiona las conjeturas de los participantes.En la jerga del dominó a estos jugadores (amantes del engaño y de la jugada heterodoxa) se les llama agachados. Si bien válida, esta postura va contra las reglas no escritas del dominó, pues el agachado se guarda una ficha –usualmente al principio de la mano- que hubiera permitido aclarar su postura ante el juego. La intención es engañar, confundir y sorprender. No existen estadísticas al respecto, pero en mi experiencia el agachado pierde más de lo que gana. Tanto en puntos, como en simpatía dentro del grupo.Pues bien, que en los meses recientes he tenido la oportunidad de participar en un equipo de trabajo encargado de definir una estrategia comercial para aprovechar la oportunidad de mercado en un segmento muy atractivo. El equipo se ha integrado por personalidades diversas, con gran experiencia y mucho talento.Los acuerdos han costado muchas horas de trabajo y discusiones intensas en emociones. Hemos aprendido unos de otros y también nos hemos conocido. Como hay intereses en juego, los participantes hemos elegido nuestra forma de actuar. Y de manera natural han emergido las personalidades que podemos clasificar en jugadores clásicos y agachados.

El objetivo inicial del proyecto se basó principalmente en entender el juego. Tardamos dos semanas en acordar que el juego empezaba con la mula de seises. Y otras dos para definir que el siguiente tirador sería el de la derecha. Las primeras manos fueron un poco frustrantes, pues algunos habían entendido que la mula de seises no era la ficha inicial, sino otra que yacía dentro del bloque que les había tocado. Y otros, que el turno podía ser más flexible, incluso con tiradas consecutivas. Después de un mes, practicamos y logramos tirar las fichas más o menos con cierta fluidez.

Para el segundo mes ya dominábamos las reglas básicas e incluso empezaron los “cierres” y una que otra jugada elaborada donde –de manera intencional- se “ahorcaron” mulas y se ganaron partidas con trabajo en equipo. Las confusiones iniciales parecieron desaparecer y el grupo empezó a tomar un buen nivel de juego.

Pero justo antes de la gran partida, las personalidades emergieron violentamente. Se hizo la “sopa” y cada jugador acomodó sus fichas frente a él. Los agachados intentaron una “movida” más allá de las reglas, tratando de salir con una ficha diferente a la mula de seises y pensando que podían tirar consecutivamente sin parar. Para sorpresa del equipo, el caos privó y nuevamente hubo que regresar a las reglas iniciales.

Durante el tercer mes, reforzamos las reglas y nos dimos a la tarea de practicar sin cesar. Nos convertimos en unos jugadores expertos, con capacidad de contar rápidamente los puntos de las fichas y realizar inferencias sobre las (fichas) no tiradas.

El día de la partida, emergieron nuevamente las personalidades, pero esta vez sin violentar las reglas. Los clásicos buscaron el trabajo en equipo y la conciliación, esgrimiendo los mejores argumentos que encontraron. Los agachados, con una validez incuestionable, engañaron y sorprendieron. La mano ha durado varias horas y todavía no se tira la última ficha.Aparentemente hay algunas mulas “ahorcadas”, pero no sabemos todavía de quiénes son. Ha sido extenuante el esfuerzo y ya han tenido que haber un par de amonestaciones por intentar hacer “señas”. Afortunadamente, ha privado la cordialidad que en momentos parecía desaparecer. Los clásicos critican a los agachados, y viceversa.No hay estadísticas tampoco en estos casos y -a diferencia del dominó- me parece que la oportunidad de vencer es igualmente probable. Sobretodo, es claro que podemos acercarnos a la solución con enfoques diferentes y no hay manera de saber cuál es la más efectiva y mucho menos cuál la más noble.Me parece, además, que el aprendizaje de todos los integrantes del grupo ha sido invaluable y aún si Juanito «se va» con la mula de treses, cada instante que he pasado en este proyecto ha valido la pena. Soy jugador clásico en el dominó y también en los proyectos de trabajo. Pero puedo reconocer -sin chistar- cuándo es que un agachado ha jugado mejor que yo.