Hace una década que trabajaba en un área de capacitación, tratábamos de difundir que el entrenamiento de los empleados no era un fin en si mismo, sino un medio. Que su objetivo era mejorar el desempeño de los empleados y, por tanto, contribuir a los resultados de la empresa. Recuerdo cómo muchos nos veían con escepticismo, cuestionando qué método íbamos a utilizar para medir el impacto. Para contestar esta interrogante y para demostrar que efectivamente existía una liga directa entre la formación y el estado de resultados, me especialicé en consultoría del desempeño.
Pues bien. Se ha desatado todo un debate en torno a si los ciudadanos –para demostrar nuestra inconformidad contra la política actual y sus protagonistas- debemos votar o no. Hay una oleada de personas que se están pronunciando por no votar y con ello respaldan una contracampaña: la de la abstención; que los puristas dividen en abstenerse de hecho (es decir, no ir a las urnas) y en anular el voto (es decir, ir a las urnas, pedir la papeleta y marcarla de tal forma que los funcionarios de casilla declararen inválido ese voto). La verdad es que esta contracampaña es bastante inútil, carece de un fundamento conceptual y mas bien raya en un berrinche ciudadano generalizado. La causa que provoca y alimenta este debate es confundir el fin con el medio. El voto es un medio, no un fin.
Así, los cánones de la consultoría del desempeño basan su metodología en un razonamiento de causalidad y lo llevan a la acción clasificando qué palancas es necesario mover para mejorar los resultados de una empresa. En todos los casos es necesario un programa de formación (que normalmente incluye conocimientos habilidades y/o actitudes) que logrará que las personas sean los protagonistas de las mejoras que la empresa deberá aplicar; también en todos los casos hay que mejorar los sistemas de administración y las herramientas (tecnológicas y no) que la empresa utiliza para gestionar sus resultados. El objetivo –a todos les queda claro- es mejorar los resultados de negocio; pocos o muy pocos (aunque siempre unos cuantos despistados) consideran que la formación es el objetivo en si. Aunque sí uno de los factores críticos, toda vez que el capital humano –aunque sea trillado, pero no por eso falso- es el principal activo de una compañía.
Pues bien. El fin de las elecciones (y por tanto del voto individual) es contribuir a mejorar el bien común. Parece que me estoy azotando (jalando de los pelos diría alguno, aunque eso es muy improbable), pero no, ése es o debería ser el objetivo de las elecciones: seleccionar a los “mejores” políticos, confiando en que éstos estarán interesados genuinamente en los ciudadanos. Pero no es así. El voto y las elecciones se han convertido prácticamente en el único intercambio que existe entre ciudadanos y políticos. Por ello, pareciera ser que es un fin en si mismo; y por ello, varios despistados (muchos diría) confían en que no ejercer este derecho o ejercerlo incorrectamente tendría alguna utilidad. La esperanza (irracional, me parece) es que los políticos se sientan amenazados por la indiferencia de la sociedad. La apuesta gira en torno a que si la abstención fuera significativamente baja e incluso tan baja que se anularan las elecciones, los políticos se sentirían tan amenazados que reformarían los esquemas actuales que han convertido a nuestro país en una oligarquía política, denominada partidocracia. Pero no será así, pues existe todo un aparato de redes sociales y políticas que garantizarán que los votos duros (corporativos y clientelares) sean suficientes para legitimar el ejercicio democrático. Entonces, ¿de qué serviría abstenerse? Pues de nada, mas que para generar un espacio de desahogo colectivo; muy parecido al del niño que –al enojarse con su mamá, incluso de manera justificada- va a dormirse sin cenar: se abstiene de comer, pretendiendo que así castiga a sus padres (ja!).
Regresando al apasionante mundo de la consultoría. La capacitación es un requisito en las empresas para garantizar un desempeño mínimo. Este desempeño (o la capacidad de ejecutarlo) al acompañarse de una estrategia, esquemas de administración y herramientas adecuadas, permitirán que la empresa –como un todo organizado y persiguiendo un fin común- pueda alcanzar los objetivos que se ha planteado, casi siempre financieros. Aún así, normalmente los que están a cargo de la capacitación no son capaces de hacer realidad estas ligas y cometen el error de evaluar la utilidad de este esfuerzo (el de la formación) de una manera incorrecta. Los principales errores en estos casos es evaluar qué tanto aprendieron los alumnos o qué tan cómodos estuvieron en las aulas o qué tan agradables fueron los materiales interactivos. Pocos programas están relacionados con lo que sucederá de vuelta en el trabajo y cómo esa capacitación impactará su desempeño en su trabajo y por tanto en contribuir a los resultados. Para terminar este subtema. Un programa de capacitación exitoso debe contemplar cuando menos 3 niveles: 1. Aprendizaje (adquisición de conocimientos y desarrollo de habilidades), 2. Desempeño (mejora en el ejercimiento de las funciones) y 3. Resultados de negocios. Es claro que si se concentra en el nivel 1, sin buscar un impacto ulterior, la capacitación será inútil
Así y sin pretender que deba ser igual, aunque sí utilizar un esquema similar, la política mexicana debería trascender a las elecciones, contemplando cuando menos 3 niveles: 1. Participación ciudadana en las elecciones (medido en votos válidos y porcentaje de no impugnaciones), 2. Desempeño de los funcionarios (evaluado por el apego a sus funciones, por ejemplo en aplicar los recursos de un municipio o ejercer la autoridad y resolver denuncias, … etc. Hay cualquier cantidad de ejemplos muy prácticos) y 3. Mejora del bienestar de la sociedad (para lo que también existen múltiples indicadores, desde los de salud, pasando por los de seguridad y al final –para no ser muy pretenciosos- los de desarrollo económico). Pero este plano mental no lo tenemos. Por ello, nos quedamos en el primer nivel y sobre de él giran nuestras propuestas y se concentran los debates. Ahí, donde el voto o no voto es inútil por si solo y pierde su objetivo intrínseco de ser solo un medio para legitimar el poder y, por tanto, garantizar cierto orden social, evitando la violencia.
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Nota tragicómica:
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Lo más irónico de todo este asunto es que apenas hace unos años, luchábamos enardecidamente para alcanzar un sistema de elecciones confiable. Ya que lo tenemos, queremos echarlo por la borda.
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Aunque esta conducta no es contradictoria, pues esa lucha partía de la misma premisa equivocada: que las elecciones (y el voto) iban a ser suficientes para que el país progresara.
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