Jueves ordinario: la ensalada

¿Qué nos maravilla más: el funcionamiento de nuestro cerebro al procesar los estímulos provenientes de la realidad y los procesos posteriores que van encimándose, mezclándose hasta rozar grados de abstracción inauditos? ¿O la realidad misma que escapa a nuestra insistente y necia intención por aprehenderla? ¿O el dinamismo que resulta de su convivencia y por tanto de una lucha que muchas veces se ha adjetivado como cósmica y determinante en la resolución de nuestra existencia?

Tal vez lo que maraville más son los cuestionamientos que somos capaces de formular en el ocio (ése que se busca y a veces se alcanza algunos jueves) y sobretodo las líneas que estamos dispuestos a compartir para introducir un tema lleno de subtemas casi sin conexiones, salvo porque han pasado por nosotros en los días recientes. Así, hagamos de este jueves una ensalada donde convivan realidad y opinión, considerando algunos hechos recientes y relevantes.

Harry Potter y el misterio del Príncipe Mestizo (la película) es -como casi todo mundo acepta- un fenómeno social. Sigue proyectándose por todo el mundo a más de un mes de su estreno y según los expertos (de los que tengo dos en casa) ha sido la mejor producción de la serie del mago estrella de la casa de Gryffindor. Muy seguramente los libros de J.K. Rowling serán los primeros que lea mi hijo en el género de novela. ¿Alguien más presencia diariamente los hechizos de Harry, a través de ese pequeño personaje que también trabaja de hijo y que -al ejecutar los movimientos con la varita- uno no puede evitar preguntarse si no estará ya mentalmente afectado?

Las bicicletas del DF son la mejor ilustración tercermundista de nuestro país. No hay un reglamento claro para el respeto a los ciclistas y menos contamos con infraestructura para que la convivencia con los automóviles tenga un mínimo de seguridad. Bueno, lo único que tenemos es una ciclopista con tramos tan inseguros que recientemente una jóven murió atropellada por la ineptitud no de los conductores sino de la autoridad. Va a haber bicicletas, pero no hay camino en donde puedan usarse de manera efectiva. Con qué desprecio solemos referirnos a los poblados más pobres de nuestro país: «pueblos bicicleteros», decimos. ¡Ya quisiéramos!

Human Rigth Watch ha emitido un informe en el que señala que las violaciones por parte del ejército a los derechos humanos son cuantiosas y flagrantes. Hace unos días escuchaba a su vocero referirse hacia el Presidente de México con mucha agresividad. Más allá de que su informe sea correcto o no, me dio mucho coraje que este tema se analice sólo desde un ángulo. El ejército está haciendo su trabajo de acuerdo a la línea de mando y me parece que lo hace lo mejor que puede, que es mucho mejor que cualquier cuerpo de policía del país. Por supuesto que van a existir puntos que resolver, pero habría que emitir un dictamen que contemple las aportaciones que también hace, incluyendo evaluaciones como las de aceptación de la sociedad, que lo sitúan en el grupo con más alta credibilidad del país.

La crisis económica internacional parece debilitarse un poco: algunos países europeos como Francia y Alemania registraron ligeros crecimientos en su producción en el segundo trimestre, aunque otros como España siguen cayendo sin ver todavía el fondo. Estados Unidos de América también ha registrado indicadores menos malos de los esperados. Y aquí en México también se han registrado algunos signos no tan negativos. No hay lugar para la euforia (que no tardará en presentarse en los mercados en un par de trimestres), pero sí para la esperanza: siempre habrá lugar para convencernos de que las cosas van a mejorar. Es casi obvio, pero no hay que olvidar que la mejora siempre empieza con la actitud.

La alegría panbolera nos inundó el día de ayer. El país se paralizó prácticamente desde las dos de la tarde y hasta la noche en algunos sitios. Somos un pueblo increíblemente divertido: festejamos como si se hubiera ganado algún torneo internacional de categoría y la realidad -ésa de la que hablábamos al principio- es que todavía estamos muy lejos de calificar al mundial. Pero no importa, pues también estamos buscando un pretexto que nos dé esperanza y nos haga sentir mejor. Al fin y al cabo, casi estamos seguros de que la inseguridad y la convivencia en la ciudad de México se solucionarán como por arte de magia. Aunque habría que aceptar que  tendremos que recurrir a hechizos verdaderamente potentes, pues la complejidad de nuestra economía y el surrealismo de nuestra política sólo pueden enfrentarse con el coraje que ayer mostraron los seleccionados.

En fin, aunque es muy poco probable que todos estos sucesos estén conectados directamente, es un hecho que nos marcan y que la manera en que los interpretamos definen -aunque sea un poco-  la actitud con la que nos levantaremos el día de mañana.

Jueves ordinario: crónica de un oficinista

Bajo cualquier otra circunstancia, esta crónica resultaría absurda. Sin embargo, es verídica e incluso ordinaria bajo las condiciones de esta semana. Es muy probable -además- que en unos días parezca exagerada. Pero no hoy.

Inocencio llegó a las ocho y media en punto a su nuevo trabajo. Era muy afortunado por haber conseguido ese puesto, pues las condiciones económicas eran muy desfavorables. Fue contratado a prueba de tres meses como analista de riesgos.

Se sentía muy nervioso y no dejaba de preguntarse si cumpliría con las expectativas. Su experiencia previa se reducía a una pequeña empresa familiar. Supo que su día sería inusual cuando el guardia de la entrada le entregó un tapabocas. El sábado anterior el secretario de educación había anunciado la suspensión de clases por «tres días y pico». Por tanto, no parecía tan raro que se tomaran algunas medidas preventivas en las empresas. Sin embargo, nunca imaginó que entraría prácticamente enmascarado a su primer día de labores.

Se registró en el libro de entradas y subió al piso que semanas antes había visitado para entrevistarse con quien sería su jefe. Dio vueltas por algunos módulos y por fin reconoció un póster de una campaña, donde aparecía un señor creciendo en una escalera. Estaba un poco mareado, pues la respiración se le dificultaba, pero entró con decisión. Su jefe ya lo esperaba y le dio la bienvenida, indicándole que no saludara de mano y que procurara guardar distancia entre sus compañeros. Recorrió una veintena de lugares para que lo presentaran, lo que resultaba bastante extraño, pues no veía los rostros de las personas y tampoco escuchaba bien qué decían. La escena de reverencias y saludos con la mano hacia arriba se repitió una y otra vez. Al final, no recordó un solo nombre.

Asentía firmemente mientras su jefe le explicaba que su aportación se concentraría en análisis de bases de datos de clientes morosos. Utilizaba una terminología apenas comprensible, lo que le provocaba un ligero sudor en las manos y una comezón insoportable en la parte posterior de las orejas al sentir cómo los hilos del tapabocas lo rozaban. Trataba de mantenerse sereno pensando que con el tiempo entendería de qué rayos estaba hablando ese personaje que lo había contratado. De pronto, el murmullo que había estado presente en todo momento desapareció.

«Está temblando» se escuchó decir apresuradamente. «Sí, está temblando», repitió la asistente. «Tranquilos …» se oyó a lo lejos. Todos sus compañeros -siempre con el tapabocas puesto- se levantaron de sus lugares y casi creyó ver las risas nerviosas que se esbozaban debajo de esa tela azul.  A través de un sonido apenas perceptible se instruyó no evacuar el edificio: «Compañeros, mantengan la calma, no es necesario salir de las instalaciones …» La distracción duró menos de diez minutos, pero la impresión de esas primeras horas de trabajo no lo abandonó en todo el día. Salió a las seis de la tarde, casi corriendo. Descansó al sentarse en el metro y ver que el uso de los tapabocas en el transporte público era más democrático.

Cuando llegó al día siguiente, le pareció ya común ver cómo todos los empleados portaban su máscara protectora. Todavía no tenía un lugar asignado, por lo que pasó todo el día en una pequeña sala de juntas, contigua a la oficina de su jefe. Le entregaron unos expedientes y le pidieron que se familiarizara con los documentos que se pedían. Que tratara de ver cuál era la lógica de integrar los papeles. Sabía que sólo lo estaban entreteniendo, pues al no tener una computadora asignada no podía realizar sus labores. Se habían suspendido las entregas de los proveedores, por lo que su máquina no llegaría sino hasta la siguiente semana.

Se hizo un silencio. Nuevamente el sonido del edificio anunció algunas medidas. Siguieron risas y después caras de preocupación. Se acercó a uno de sus nuevos compañeros para investigar qué había sucedido. «Hay un enjambre de abejas en la entrada y no podremos salir a comer», le respondió nerviosamente. «Es broma», se decía mentalmente con sarcasmo, «todo esto es una broma … el virus,  el temblor, las abejas, la computadora … todo». Regresó a la sala de juntas. Ahí estaba el expediente y ahí él, viéndose desde afuera en una escena que jamás imaginó.

A media tarde hubo una pequeña reunión en el módulo. El jefe informó que dos compañeros del área de operaciones estaban hospitalizados, que creían que era Influenza Porcina, lo que desató una lluvia de murmullos y expresiones que salieron por encima de los tapabocas. «¿Cómo es?», escuchó que uno le preguntaba a otro. El jefe levantó la voz para instruir que se extremaran precauciones: usar el tapabocas en todo momento y lavarse las manos continuamente. Salió a las seis de la tarde y esta vez sí iba corriendo.

A nadie le sorprendió que el miércoles no se presentara a laborar.

Jueves ordinario: la declaración

«En esa escuela va mi amiguita Guachiley», dijo mi hermana Ale mientras señalaba hacia la secundaria número 8. Circulábamos por el puente del periférico que se eleva sobre la calle 8. Ale iba en el kinder. Tan platicadora entonces como ahora. Pasábamos por ahí como a las siete y cuarto de la mañana rumbo al colegio. Metros más adelante nos salíamos del periférico y bajábamos hacia la Avenida Jalisco para recorrerla completita. Mucho tránsito y camiones que no respetaban las indicaciones. Nos perdíamos por Avenida Revolución y después por la calle Benjamín Hill. Nos bajábamos en la esquina de Carlos B. Zetina y Xicontepec. Caminábamos de la mano media calle los tres hermanos. Para entrar por el kinder, todavía con la compañía de la Guachiley.

Pues bien. Para cumplir en tiempo con mis obligaciones fiscales, tuve que visitar una de las oficinas del SAT. Como me he complicado un poco la vida entre semana, elegí el sábado pasado. Un titular de la página web del periódico indicaba que estarían abiertas las agencias. «José Guadalupe Covarrubias No. 13, esquina con Avenida Jalisco». Excelente, esa mera. Bajé por el Periférico de norte a sur, hacia Parque Lira y le pregunté a un taxista. «Para la derecha antes del puente». Por supuesto, tomé una derecha antes y acabé en Observatorio. De regreso y afortunadamente entré directo a Avenida Jalisco. Llegué a una ye: a la izquierda para Jalisco Norte y a la derecha para Jalisco Sur. Sábado. Diez de la mañana. Me orillé y le pregunté a un policía. De esos que no se sabe si son de tránsito o de seguridad. Puso una cara de impasividad, la que fue desplazada por la voz segura de su compañero: «Hacia el sur, pasando el Periférico». Recordé la calle que recorrimos tantos años en el sentido contrario.

Me llamó la atención un muchacho que venía sin camisa. Volteó ante un grito del chofer del camión y cambió el ritmo y la dirección de su paso. Se cruzó frente a mi coche parado y subió los cuatro escalones del transporte público. Con saludo escandaloso y promesa de verse por la tarde. Cuando lo veía retomar su paso, la basura que inundaba la calle brotó a la escena. Más adelante el camión de la basura hacía lo propio. Y los trabajadores de tan respetable oficio recogían una bolsa sí y otra no. Para medio limpiar. «Si no, ¿qué limpian mañana?», apareció sin voluntad la frase. Diez minutos estuvimos parados. Y vi como una mujer joven de rasgos asiáticos se tapó las orejas al escuchar el claxon del camión de pasajeros. Volteó la cara e imaginé que en sus pensamientos iba atormentándose por pasar por ahí. «¿Vivirá por ahí? Cerca del mercado, en el centro Tacubaya?».

Fuimos avanzando lentamente y apenas pude pasar sin que la camioneta de la izquierda me echara lámina. El paso lento me ayudó a recorrer casi todos los letreros de los múltiples comercios que hay en la avenida. Nada del SAT y la dependencia gubernamental no parecía encajar por ahí, donde la mayoría de esos comercios están en la economía informal, total o parcialmente, vendiendo «por fuera lo que se pueda». Crucé Periférico y la calle cambió de nombre a Camino Real de Toluca. Nada. Antes de la vuelta en U, un vecino me indicó exactamente en dónde estaba José Guadalupe Covarrubias y hasta un par de referencias muy precisas me regaló.

De regreso, más de veinticinco años después, bajaba por Avenida Jalisco con todo y mis recuerdos. La amiga imaginaria de Ale. El metro Tacubaya en lunes por la tarde, descubierto en la secundaria al regresar del taller de mecánica: había que caminar cientos de metros para trasbordar de línea. Por debajo de esas calles de Tacubaya se extienden miles de kilómetros de concreto, ensalsados con vías y vagones de tecnología de punta. Cuando crucé la ye, me encontré con que estaban reparando la calle, por lo que pude apreciar con detenimiento viejos y nuevos negocios.  Como (me) suele suceder en esos casos, omití las referencias del vecino del sur de la Avenida Jalisco, por lo que salí a la Avenida Revolución con las manos vacías. Di vuelta a la derecha y recordé la zapatería que adornó el Edificio Ermita que se ubica a la izquierda. Y que también forma una ye entre las avenidas Jalisco y Revolución.

Cuando retomé Avenida Jalisco, encontré las referencias y también la dependencia. «Qué raro», pensé, «no se ve gente». Y cómo iba a ver personas si la agencia del SAT estaba cerrada. ¡Faltaba más!

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Notas al margen:

1. La foto que aparece en el título es del Edificio Ermita. Durante muchos, en la planta baja, estuvo una sucursal de la Zapatería Canadá. Hoy, una sucursal de Farmacias del Ahorro.

2. En la imagen de Google Earth se aprecian dos avenidas que confluyen hacia el Edificio Ermita. La de la izquierda es Jalisco, la de la derecha Revolución.

3. Acabé yendo a la dependencia del SAT ubicada en la colonia Anzures a veinte minutos de la Avenida Jalisco. El dueño de la papelería fiscal contigua a la dependencia del SAT de José Guadalupe Covarrubias me dijo cómo llegar.

Jueves ordinario: la cantina

Indio Azteca Cantina

¿Es de puros hombres, verdad?”, le pregunté a Rogelio Garza al darme cuenta que la cantina solo tenía un baño. Acabábamos de pedir  unos frijoles con “veneno” y un lomito adobado. Estábamos en El Indio Azteca -taberna ubicada en la avenida Madero Oriente- y fue la primera de muchas veces que la visité, mientras radicaba en la ciudad de Monterrey.

Con más de cien años de tradición, presume ser la primera cantina de aquella bella ciudad. Nunca vi una mujer dentro de ella, más que en una ocasión en que la visitaron unas periodistas para elaborar un artículo sobre su historia. A diferencia de las cantinas del DF, donde la gente llega para quedarse, en este salón la concurrencia llega a comer, se toma un par de cervezas (a la mejor una o dos más) para tratar de controlar el intenso calor de verano y se va para continuar con su día laboral. Empresarios y comerciantes, oficinistas y estudiantes, regios y foráneos conviven con gran naturalidad y rara vez se encuentra a un buscapleitos. 

Pues bien. Esta semana la prensa nos ha inundado –nuevamente- con noticias tercermundistas. Mientras el mundo globalizado trata de encontrar alternativas para sortear mejor las implicaciones de la inminente desaceleración en la economía, en la política mexicana nos damos gusto con el PRD y sus secuaces. Las declaraciones venenosas de AMLO hacia la presidenta de la cámara de diputados y compañera de partido, Ruth Zavaleta, provocaron que ella –en legítima defensa- lo nombrara buscapleitos de taberna. 

Después del intercambio, es casi obvio distinguir quién salió con la peor parte. Sobretodo cuando Zavaleta señaló que alguna vez creyó en él como en un estadista. Ni modo. Una curiosidad adicional es que el vocero oficial del “gobierno legítimo” salió a decir que AMLO no había dicho lo que había dicho. Lo que ensalza aún más la escena, recordándonos tiempos perdidos de Fox y su vocero Rubén Aguilar 

El tema, sin embargo, no queda aquí y lamentablemente no pasará como un episodio de tragicomedia. No, este modo de conducirse (el de AMLO) es un factor indispensable en los políticos populistas de la izquierda latinoamericana. Dado que su discurso político es muy débil -en términos de rigor teórico- requieren legitimar sus habladas al contrastarlas con discursos más fuertes. Por ello, Hugo Chávez busca continuamente un contrincante que le ayude a mantener su imagen antagónica. George Bush, Felipe de Borbón, Álvaro Uribe o quien se le ponga; con el único objetivo de mantener viva la doctrina radical de hacer la revolución. Y ésta con un significado menos ingenuo (e idealista) que el de Marx, pero sí malicioso y que en la realidad permite que hombres de esta estirpe mantengan el poder. 

En el caso de nuestro líder populista (el nuestro lo señalo solo como una condición de pertenencia empática: como el comentario aquel de que todos tienen un amigo gordito o necio. Bueno el nuestro es el Peje) va perdiendo intensidad esta táctica de buscapleitos, pues cada vez le tira con menos puntería (como a Creel hace algunos días) y ahora, bueno, hasta se quiere lidiar a golpes con una compañera y además comete el craso error de enfrentarse a una mujer con comentarios misóginos. 

La única imprecisión de Ruth Zavaleta consistió en considerar que  AMLO es un buscapleitos de taberna o amateur, pues este político es un profesional de las peleas. Principalmente, las que involucran a los medios y donde puede ganar espacios en la escena pública. En esta ocasión, sin embargo, los reflectores han mostrado su peor ángulo (¿el verdadero?) y algunos –que otrora lo apoyaban- ya quieren sacarlo del salón. La desesperación lo está llevando a cometer (seguir cometiendo) errores que provocarán que lo boletinen en todas la cantinas del país y nunca más pueda sentarse a tomar un trago, pues se sabe que en cualquier momento arremeterá contra los comensales, alterando su tranquilidad.

 Notas al margen: 

  1. El Indio Azteca se fundó en 1900 y la tradición de no permitir la entrada de mujeres la alimentan más los comensales que los dueños. En cuanto alguna mujer intenta colarse hacia el salón, los mismos clientes chiflan y piden a gritos su salida
  2. Existen anécdotas en las que mujeres disfrazadas han podido consumir sin problemas, desatando la risa de los presentes al descubrirse y celebrar su hazaña.
  3. La comida y el servicio son de primera calidad y además puede disfrutarse de ese sabor que solo las cantinas mexicanas ofrecen.

Jueves ordinario: el pendiente

BurócrataPorque los mexicanos siempre dejamos todo para el último”, me respondió la encargada del módulo de información en la delegación Miguel Hidalgo, a mi pregunta (¿ilusa?) de la causa por la que estaba tan llena la oficina de licencias. Fue en mi semana de vacaciones, el pasado 26 de diciembre. Tenía una gripa insoportable y el sol de invierno estaba a todo lo que daba. Me acerqué a la puerta de la oficina de licencias y un guardia (“poli” para los cuates) estaba custodiando escrupulosamente la entrada.

  • ¿Tiene cita?… ¿no? No puede pasar joven.
  • ¿No habrá algún huequito?
  • Ninguno…
  • ¿Y qué podemos hacer?
  • Nada…
  • A la mejor alguien cancela
  • ¿Usted cree…?
  •  Hablando con alguien más…
  •  ….
  • ¿Usted es el único que tiene la lista?
  • Adentro tienen otra … además todo está en el sistema… joooven.
  • ¿O sea que no hay manera? 
  • No. 
  • Mmm… 
  •  
  • Bueno… 
  • …. 
  • Nos vemos. 
  • Buen día jooovennn.  

Previamente en el módulo de información, un señor amablemente me informó que la causa era que se había decidido cancelar la licencia permanente. “Por eso hay tanta gente”, me señaló complementando el regaño inicial de su compañera; sobretodo al darse cuenta que parecía turista en estos asuntos. No me fijé bien, pero creo que hasta me lanzó una mirada de compasión. “Gracias”, le respondí y me escabullí buscando la entrada de la oficina de licencias, donde encontré al guardia, escrupuloso de su trabajo y con un perfil perfecto para el trabajo. Calma, información solo la necesaria, sonrisa, impasible… ¡impresionante! 

Por la mañana había ido a la sucursal bancaria a realizar el pago. La atención fue pésima en la primera que fui (no puedo decir el nombre del banco porque mi trabajo podría pender de un hilo). Menos debería compartir lo siguiente: fui a la sucursal de la competencia, donde la eficiencia fue notablemente mejor. Es más, si me hubieran aplicado una encuesta de salida, la habría calificado como muy buena. Salí de esta segunda sucursal con el comprobante de pago y con un poco de suspicacia respecto al siguiente trámite. 

La suspicacia empezó a tomar forma, cuando en la delegación Cuajimalpa vimos la enorme cola que se extendía alrededor del edificio y fue un hecho cuando me informaron que las fichas ya se habían acabado. “Desde las 8 de la mañana joven”. Ingenuamente pensé que era un evento aislado y fue así como acabé en la Delegación Miguel Hidalgo. 

Hubo un intento intermedio. “Vamos para Mixcoac, al módulo de la Comercial Mexicana”, le dije a mi esposa. “Vamos, tenemos que sacar estos pendientes en días de vacaciones”. Lo que siempre ha sido un hábito para los que trabajamos de sol a sol. Como decía antes, el sol en su apogeo. Traíamos el aire acondicionado, para “amarrar la gripa” (que por cierto no se me ha quitado), lo que contrastó cuando bajamos del coche. La cola ahí era digna de una imagen surrealista. Las personas formadas (más de mil calculé en grandes números) se perdían entre lavadoras, refrigeradores y colchones. Efectivamente dentro de la tienda de autoservicio. “¿Nos formamos?”, le pregunté retóricamente a mi esposa. Mi niño, sin embargo, todavía sin la malicia de este tipo de actitudes mexicanas, sugirió que podríamos tardar bastante. Las risas ayudaron un poco a relajar la mandíbula encajada y a tolerar la congestión de mis senos nasales. 

Al día siguiente escuché en las noticias que la gente empezaba a llegar a las dos de la mañana a los módulos. Y que las fichas se agotaban en menos de diez minutos. Un reportero comentó que hubo personas que llegaron a las cuatro de la mañana al módulo de la Comercial Mexicana ubicada en Miguel Ángel de Quevedo y se quedaron sin la famosa ficha. Me resigné entonces. ¿Cuánto vale una levantada a las dos de la mañana con gripa y la respectiva formada de siete horas? Más de quinientos pesos, ¡fácil! “Ni modo, me espero a las definiciones que se den en enero”. Lo único que quiero es la reposición de la licencia de conducir que perdí hace unas semanas al subirme a un avión, lo que por cierto resulta un poco cómico, ¿no?.  

Lo sorprendente fue cuando –el 2 de enero de 2008- escuché que quienes hubiéramos pagado en diciembre de 2007, podríamos asistir hasta el 6 de enero de 2008 a completar el trámite. “¡Imposible!”, fue la primera expresión que apareció en mi mente. “¿Será?… ¿a qué hora tendrá que ser la levantada?”… Los módulos abren a las nueve. Llegué a las ocho con quince. Cuando crucé la puerta automática, con sorpresa, noté que había menos de diez personas formadas. Un señor me saludó amablemente y estuvimos platicando animadamente durante los cuarenta y cinco minutos que duró la espera. 

Sobra señalar que el proceso de otorgamiento de la licencia me pareció muy eficiente, como de primero mundo. Ágil, con atención de servicio impecable. El personal llegó diez minutos antes de las nueve y la puerta se abrió a las ocho con cincuenta y cinco minutos. Los burócratas tomaron sus asientos ordenadamente, sin mucho bullicio, sin tortas de tamal en los escritorios y respondían oportunamente a las indicaciones de su supervisora. Así, en menos de quince minutos, salí con mi licencia permanente, sonriendo y de buen humor. La gripa no se me quitaba todavía, pero eso no impidió que le hablara mi esposa y le transmitiera mi dicha de haberme quitado el pendiente.

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Notas al margen: 

  1. A partir de esta semana ya no se emiten licencias permanentes en el DF y por algún problema en el circuito no se están otorgando las licencias definitivas, sino documentos en papel que serán sustituidos en un periodo de sesenta días. La prensa, por tanto, ya tiene nota para ocupar sus espacios.
  2. Muchos años me atormentó una pesadilla, en la que no podía salir de mi casa, pues no me había puesto los zapatos antes de bajar de mi recámara. Tampoco podía subir por ellos, pues tenía múltiples actividades urgentes imposibles de posponer. Así, ni terminaba esos pendientes ni acaba de vestirme. Me quedaba anclado en la casa.
  3. Ana: ¡Felicidades por tu cumpleaños!