Jueves ordinario: saturando las bandejas de entrada

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Hace un par de años propuse limitar el uso del Power Point a unas cuantas (y desafortunadas) personas. Pues su abuso la había convertido en un mal innecesario y también en una de las causas principales de la improductividad laboral. Con tristeza he visto que mi propuesta no tuvo la aceptación que imaginé, aunque es posible -y muy probable- que la inmensa mayoría de los usuarios del Power Point no lograron leer mi artículo. Por ello,  nuevamente lo comparto: «Muerte Al (no Por) Power Point«. En fin, no sobra un poco de humor para animar este viernes que debió ser jueves.

Así y con ánimos injustificadamente renovados, el día de hoy ensayaré otra propuesta relacionada con la comunicación laboral. Esta vez, sobre un acompañante que se ha convertido prácticamente en una obsesión de nuestro día a día. Unas veces -las menos-, viene con buenas noticias; otras veces, viene de la mano con infortunios -también son las menos-; y las más de las veces, aparece de manera inoportuna y con temas irrelevantes, ya sea porque el medio era inadeacuado, ya sea porque el tema no era importante. Esta obsesión que tanto tiempo nos roba es el correo electrónico.

Veamos un ejemplo que ilustra cómo el uso del correo electrónico ha llegado a los sectores más burocráticos de nuestro país. Hace unas semanas experimentamos un trago amargo con unos colegas del gobierno federal, pues un correo de «uso interno» se fugó de nuestra red: uno de nuestros compañeros escribió que las peticiones de la dependencia gubernamental eran excesivas y -por los descuidos que cometemos al usar esta herramienta-el correo llegó a la bandeja de entrada de un funcionario público de alto nivel y, por tanto, a la bandeja de entrada de un funcionario de primer nivel de nuestra empresa.  El tema adquirió un tono innecesario y la comunicación se tornó un poco tensa, aunque la calma regresó cuando una empleada de la dependencia señalada cometió una indisreción similar. Su correo llegó a mi bandeja de entrada y -actuando contrario a la expectativa-  eliminé el mensaje. El asunto regresó inmediatamente a los términos amables que hemos manejado siempre.

¿Cuántas veces hemos hecho más confuso un asunto por no pensar antes de responder o reenviar un correo? ¿Cuántas veces hemos iniciado una confusión por no validar si ese medio era el idóneo? ¿Cuántas más nos hemos arrepentido por apretar la tecla de «enviar»? Muchas, muchísimas; y nos ha pasado a todos los que vivimos en esta época de comunicaciones electrónicas. Dado que somos la primera generación en este tema, estamos aprendiendo con el siempre recurrido método de prueba y error. Y está bien, sin embargo no hemos documentado los errores, por lo que cada usuario ha venido repitiéndolos sin cesar. Esto se traduce en los más de 100 correos que recibimos diariamente (o más dependiendo de la función o de la inefectividad) y en los más 100 que enviamos. Además de la cantidad, agregamos un factor de dificultad al copiar innecesariamente a decenas de personas y al redactar nuestro mensaje con deficiencias claras en estructura y en contenido.

Una variable adicional es el acceso libre y democrático a este medio de comunicación, por lo que los protocolos y las normas son prácticamente inexistentes. Por ello, los correos son tan diversos, como el número de personas que lo utilizan, desde el uso indiscriminado de mayúsculas sin acentos, o minúsculas con faltas de ortografía, así como una estructura inexistente que hace de la lectura de estos mensajes más una interpretación artística que un análisis lógico de un tema laboral. Y aunque existen ya algunas recomendaciones técnicas (principalmente por parte de los proveedores de correo electrónico) éstas están enfocadas más en la seguridad -para protegerese contra los virus- y en la optimización del espacio- al utilizar archivos adjuntos.

En este sentido, sería útil desarrollar e instalar prácticas que ordenen y optimicen nuestro tiempo al usar el correo electrónico. Vale la pena, toda vez que somos muchos los que pasamos gran parte de nuestro día metidos entre bandejas de entrada y de salida, sin mencionar las múltiples carpetas que hemos creado para darle cierto orden al caos electrónico con el que nos enfrentamos día a día. Para ello, la propuesta es focalizarnos en el emisor para garantizar que quien inicia la comunicación lo haga de una manera efectiva y orientada a respetar el tiempo de sus destinatarios. Así, las siguientes 8 recomendaciones pretenden que el inicio de la cadena de correos sea efectiva en nuestra comunicación cotidiana.

  1. Dos preguntas y dos aspectos.  Debemos responder los siguientes cuestionamientos: a. ¿Es necesario enviar el mail? y b. ¿Es este medio el más efectivo? Para resolverlas adecuadamente consideremos dos aspectos: a. La prioridad y delicadeza del asunto y b. Las características del destinatario; que incluyen sus preferencias por leer y escuchar; así como de trato personal, telefónico o a través de la computadora. Reflexionemos en serio y es probable que la mitad de los correos que hoy en día mandamos, podríamos evitarlos sin causar impactos negativos; al contrario.
  2. Dejando la selva. Para abandonar el caos que impera en la comunicación de correos, es necesario definir y seguir unas cuantas reglas básicas. Es verdad que el arte disminuirá, pero también la confusión inherente y las múltiples interpretaciones. En contraste, emergerá el orden y un código de lenguaje que facilitarán la comunicación de este medio.
  3. Eligiendo nuestras batallas. Tiene que ver con los destinatarios. Hay un protagonista del tema y actores secundarios. Antes de involucrar a más personas, hay que preguntarse quiénes más tienen que enterarse. Para resolver este cuestionamiento, consideremos qué sentimiento generará en el destinatario enterar a más personas.
  4. Títulos reveladores. Si vamos a invertir cinco o diez minutos en escribir el mail, invirtamos otros dos en seleccionar el título; valdrá la pena, pues en él podremos sintetizar el mensaje que estamos buscando transmitir.
  5. Llamando a la acción. Un correo efectivo contiene siempre un objetivo claro y una invitación a las acción contundente.
  6. Apreciando la brevedad. No debemos manejar más de tres ideas, ni de ocupar más de media cuartilla. Lo que no pueda comunicarse en treinta segundos debe tratarse personalmente.
  7. El guante y el bat. Nos convertimos en emisores cuando debemos responder algún mail. En este sentido, la mejor recomendación es «sacar el guante», es decir hacer un esfuerzo genuino para comprender la preocupación del remitente. Esta acción contrastará con quien «batea correos» sin generar valor. Asumamos que quien nos manda un correo habrá seguido las 6 recomendaciones anteriores.
  8. La piratería. Evitemos reenviar correos de entretenimiento, pues además de reducir nuestra productividad, también retrasan nuestra salida de la oficina. Si no podemos evitar la tentación, anunciemos que se trata de mensajes de ocio para que nuestros destinatarios puedan clasificarlos de inmediato.

Desarrollar y difundir buenas prácticas en el uso del correo electrónico nos generará beneficios inmediatos en nuestras bandejas de entrada. Podremos dedicar más tiempo a temas de mayor valor y nos sacudiremos de un acompañante incómodo que ha estado ganando terreno en nuestra vida; podremos hacer a un lado el BlackBerry para prestar atención genuinamente a lo que estemos haciendo, ya sea una reunión de trabajo, ya sea una plática personal o familiar.

Jueves ordinario: el contraste

Hace un par de semanas, el gobierno de Canadá decidió que los ciudadanos mexicanos requerimos de una visa para entrar en su país. Más allá de las justificaciones -que parecen bastante razonables- o de la oportunidad -que no parece tan afortunada- esta decisión es un reflejo claro de lo que sucede en Norteamérica en general y en México en particular.

Contrasta la relación de los tres países norteamericanos con el bloque europeo. De este lado del Atlántico, estamos focalizados en una relación comercial exclusivamente (cuando menos en lo legal) y cada vez nos alejamos más de una integración económica y política. La Unión Europea ha venido evolucionando a pasos agigantados: nació formalmente con la Comunidad Económica Europea con acuerdos comerciales como su principal relación, pero rápidamente se dieron cuenta que su cooperación podía ir mucho más allá: desde un apoyo claro a las naciones menos desarrolladas, pasando por la integración de una sola moneda, así como el nacimiento de un solo Banco Central Europeo, hasta un libre tránsito de personas, que incluye el mercado laboral; la fase final será una integración política que seguramente será compatible con los estados nación. Contrastan dos ideas de los norteamericanos contra un proceso evolutivo de los europeos.

Contrasta la situación de México. Nos hemos empeñado en generar condiciones tales que la atractividad económica del país va decreciendo: inseguridad, corrupción, baja competitividad laboral, inmadurez política … Esto provoca que muchos mexicanos emigren a Estados Unidos y a Canadá; la mayoría de ellos de manera ilegal; la mayoría atraídos por una demanda laboral real que nuestros vecinos toleran, pero no aceptan abiertamente. Se calcula que hay más de once millones de mexicanos viviendo en Estados Unidos; es decir, uno de cada diez mexicanos vive al norte del Río Bravo.

Los que nos quedamos -es decir nueve de cada diez- estamos aquí ¿por qué queremos o por qué no podemos irnos? ¿Cuántos mexicanos conocemos que gritan a los cuatro vientos que les encantaría vivir en Nueva York,  Londres, Paris, McCallen, Eagle Pass, Laredo, El Paso, San Isidro, Toronto … ? No nos detengamos en los que están aquí porque no les queda de otra; casi es infructuosa cualquier reflexión. Revisemos rápidamente a los que estamos aquí porque queremos. Seguramente amamos a nuestro país y mucho de lo que implica: tradiciones, lenguaje, calidad humana, clima, comida, música, recursos naturales… y seguramente odiamos muchos factores también: la inseguridad, la corrupción, la discriminación, la pobreza, la falta de oportunidades, la falta de educación, el nivel de la selección nacional de fútbol …

La reflexión es muy sencilla: si estamos aquí porque queremos (seguramente somos la mayoría, digamos más de 80 millones), ¿por qué no estamos haciendo algo para cambiar nuestra situación? Mejor, ¿por qué lo que estamos haciendo no es suficiente para mejorar sustancialmente nuestras vidas? Mejor, ¿qué tendríamos que estar haciendo para lograr una transformación real de nuestro país? Aún mejor, ¿cómo podemos participar para que el todo se mueva en una dirección que haga coincidir las voluntades hacia un fin común? Habrá que responder cada una de estas preguntas y no debería ser tan difícil, asumiendo que ya estamos aquí y que somos el 80% que está dispuesto a hacer algo para mejorar. Empecemos con esta pequeña semilla: somos muchas voluntades, personas de bien, que estamos dispuestos a que nuestro esfuerzo diario contribuya a que nuestros hijos tengan un mejor país; empecemos con la actitud, esa siempre va por delante; en el camino -al encontrar todas las piedritas que nos hemos puesto- tendremos que echar mano una y otra vez de esa actitud. Por algo se empieza y no estoy seguro que ya nos hayamos sembrado esta voluntad.

Contrasta, pues, el bloque regional en el que vivimos, el país que nos hemos construido y también la actitud con que en lo individual enfrentamos nuestra vida. Contrasta y la gran pregunta es qué estamos esperando en lo individual para cambiarnos el chip, pues en nuestro inconciente bien sabemos qué es lo que necesitamos. Tal vez sea una cuestión de generación y -como alguien ha dicho por ahí- la nuestra, en México, es una generación perdida, de transición, que solo será recordada por ser la previa a la que se atrevió a transformar nuestro país y a iniciar un camino exitoso. Pero bueno, esto no se ha acabado de escribir, aunque cabría aceptar que el balance al momento no nos está dejando bien parados.

Jueves ordinario: cómo reconocer a un asesor incompetente

A partir de la siguiente semana, estaré contribuyendo cada lunes con  artículos en un blog especializado en Pequeñas y Medianas Empresas: será mi Lunes de PyMEs. El blog se llama y encuentra en Living La Vida PyMEs.

Esta semana, compartiré de manera anticipada mi contribución con un par de modificaciones, principalmente en la imagen y en las conclusiones.

 

Pedir la ayuda de un asesor o consultor no solamente es común en las PyMEs, sino también necesario. Existen temas que pueden resolverse con mayor efectividad con la intervención de un tercero, ya sea por su especialización en el tema, ya sea por su imparcialidad al diagnosticar y recomendar soluciones.

Por ello, en el mercado empresarial abundan asesores o consultores dispuestos a «ayudar» a las PyMEs. En internet, por ejemplo, las ofertas por estos servicios son vastas. El punto fino radica en elegir acertadamente a la persona que efectivamente podrá ayudar a tu Negocio para conseguir los resultados que estás buscando.

Para evitar que te sorprendan, hay que estar atentos y reconocer algunos personajes que representan a los asesores indeseables o incompetentes. Revisemos algunos ejemplos:

  1. El Charlatán: habla mucho y escucha poco. Tiene más respuestas que preguntas y querrá venderte la idea o el modelo en boga. Lo menos que le interesa son los problemas o necesidades de tu Negocio.
  2. El Conceptual: antepone las ideas sobre la acción. Tiene gran habilidad en el manejo del Power Point, pero sus propuestas son poco aplicables a la realidad. Habla del qué pero nunca del cómo ni del cuándo.
  3. El Académico: puede ser un investigador o un profesor de tiempo completo sin experiencia en el mundo real. Su currículo escolar es vasto e incluso ha publicado sus investigaciones. No conoce la realidad de las PyMEs y trata de aplicar soluciones de libro de texto.
  4. El Metódico: habla un lenguaje muy técnico. Insiste en hacerte entender cuál es su manera de trabajar. Explica la metodología que utiliza, pero nunca dice qué resultados o beneficios tendrá tu Negocio.
  5. El Improvisado: recientemente perdió su empleo o acaba de titularse. Ofrece servicios muy especializados, por ejemplo, cómo construir un FODA, cómo aplicar una reingeniería o una metodología de lanzamiento de nuevos productos. No le importa si requieres o no de sus servicios, quiere venderlos a toda costa.
  6. El Mago: la tarifa de sus servicios es barato en comparación con los beneficios prometidos. La pregunta natural que surge es ¿por qué cobra tan poco si da tanto? Su respuesta es que él tiene una fórmula mágica y secreta. Cuidado con estos personajes, pues no existen fórmulas automáticas para resolver problemas ni para hacer dinero.
  7. El Coyote: ofrece caminos extremadamente fáciles para conseguir  algún permiso o licencia de gobierno o para tramitar y obtener un crédito. Mucho cuidado con estas personas, pues la mayor parte de las veces están violando la ley y se aprovechan de tu buena voluntad para meterte en un círculo de corrupción. Además hay que denunciarlos.
  8. El Irresponsable: es el más común de todos. No es capaz de responder a sus compromisos: llega tarde a las citas, las entregas son a destiempo, el trabajo final es muy diferente al acordado y –lo peor- es que su descaro es deslumbrante. Ciérrale la puerta de inmediato, antes de que te haga perder tiempo y dinero.

Cabe señalar que los personajes pueden tener personalidades múltiples y presentar estas características combinadas.

Por otro lado, un asesor o consultor efectivo presenta cuando menos las siguientes características:

  1. Entiende oportunamente los retos de tu Negocio. Sabe diagnosticar y escuchar.
  2. Define con claridad las necesidades y/o problemas. Se distingue por su capacidad de síntesis y sabe adaptar la teoría a la realidad de tu negocio.
  3. Sus recomendaciones incluyen el detalle del plan de acción. Describe el cómo y el cuándo, considerando las capacidades reales del negocio y de tus empleados.
  4. Se comunica con un lenguaje sencillo y directo, describiendo claramente los beneficios esperados para tu negocio.
  5. Se compromete con los resultados. Su responsabilidad termina hasta que las soluciones se ejecutan.
  6. Su intervención es perdurable. Las soluciones que implanta tienen impactos positivos en el mediano y largo plazos, tanto en los resultados como en las personas.

Seleccionar a un asesor o consultor no es una cuestión menor, hay que asegurarse de que está comprometido con tus retos y tiene la capacidad para ayudarte a conseguirlos. Por ello, es recomendable además de revisar varias opciones y comparar las propuestas (y personalidades), pedirle referencias de sus clientes y hablar con ellos para validar que quedaron satisfechos.

Por último, la Secretaría de Economía ha lanzado, a través del programa México Emprende, una iniciativa para dar capacitación y asesoría a las PyMEs. Los servicios son gratuitos y los temas son principalmente de Ventas, Finanzas y Producción. Hay que acercarse para ver cómo funcionan y validar que están diseñados con una lógica de acción empresarial y no de relación política. Una de las grandes deficiencias de nuestro país está en la falta de competencia de las PyMEs mexicanas y sólo creando redes de apoyo, tanto entre la iniciativa privada, como con el sector público podremos mejorar las posibilidades de nuestro país.

Jueves ordinario: el retoño

Imagen tomada de lavidaesbatalla.blogspot.com/

Imagen tomada de lavidaesbatalla.blogspot.com/

Esta semana, tanto el Presidente de México como el Secretario de Hacienda señalaron que ya se vislumbran unos “retoños verdes” de recuperación; que todavía son pequeños e insuficientes, pero que ya se empieza a ver la luz al final del túnel. Más allá de lo que un colega me comentó respecto a qué les sucede a los retoños en el campo después de una sequía (son devorados sin piedad por el ganado y así retrasan el crecimiento del pastizal), me parece muy desalentador que dos de los tres personajes más importantes en el manejo de la política económica, dejen la certidumbre de la recuperación a un vaivén más bien aleatorio. (El tercero es el Gobernador del Banco de México que ha asumido una postura bastante pesimista en esta crisis y seguramente considera que esa actitud realista es la mejor que podría adoptar). Por cierto, a excepción de Felipe Calderón, estos dos líderes de la política económica del país tienen un perfil más de analistas que de ejecutivos de políticas públicas.

Volveré a la carga con el tema de la ejecución. De nada sirven los modelos o las políticas que tenemos si nos somos capaces de ejecutar de manera efectiva. Revisemos rápidamente las políticas anticíclicas que se anunciaron en octubre del año pasado:

  1. Ampliar el gasto público, particularmente en materia de infraestructura para poder estimular el crecimiento.
  2. Cambiar las reglas en el ejercicio de ese gasto en infraestructura por parte del sector público, para poder agilizar su ejercicio.
  3. El inicio de la construcción de una nueva refinería en el país.
  4. El lanzamiento de un programa extraordinario de apoyo a las pequeñas y medianas empresas en México.
  5. Un nuevo programa de desregulación y desgravación arancelaria para hacer más competitivo el aparato productivo nacional.

El problema en la ejecución es evidente al carecer de un mecanismo de seguimiento a la instalación de estos temas, así como de un esquema de comunicación y rendición de cuentas a la población. Algo se está haciendo y de manera indirecta yo participo en más de uno de esos puntos, pero me parece que las líneas de acción de cada uno son poco claras y no se ha definido (o cuando menos no se ha publicado) qué impacto se espera con cada una de estas medidas.

Para terminar, pues el tema no da –por el momento- para más, las palabras del Secretario de Hacienda fueron literalmente: “aunque las políticas anticíclicas han sido agresivas, no han sido efectivas” y seguidamente puntualizó que la desinversión privada ha sido mucho mayor que la pública. Es decir, no sabemos cuánto deberían impactar las políticas anticíclicas en términos de empleo o de beneficio cuantificable, pero sí existe una convicción para el responsable de la política económica fiscal del país que el tema está del lado de la población y particularmente del de las empresas. Si el principal problema (o mi queja) no es que las políticas no hayan sido efectivas, sino que ni siquiera se vislumbra una actitud orientada a la acción; bueno ni siquiera un mecanismo de instalación más o menos rigorista. Esa es mi queja (y seguirá siendo aparentemente) que nos perdemos en la retórica y poco o nada hacemos para hacer que suceda lo que ya habíamos prometido.

Una última. Como no puedo perder el sentido optimista que me inunda, cabe señalar que esos retoños no serán devorados por ganado alguno y las condiciones exteriores (en particular las de nuestro vecino del norte) empiezan a mejorar; como siempre, van a jalarnos y ahí podremos como sociedad (empleados, funcionarios, emprendedores, empresarios, etc.) aprovechar las oportunidades que empezarán a multiplicarse. Por lo pronto, a seguir aprovechando las que hay, que no son pocas.

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Nota de elecciones:

Retomo el comentario certero del periodista Carlos Marín el domingo pasado una vez que se dieron a conocer las encuestas de salida: “el gran perdedor fue el voto nulo”. Enhorabuena por esta (nuestra) sociedad que sabe distinguir qué campañas son además de ingenuas completamente inútiles.

Jueves ordinario: diálogos sordos o cómo hacer varias cosas sin terminar alguna

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Una de las características del ser humano gira en torno a nuestra admirable facilidad para formarnos juicios con unos cuantos factores que podrían ser insuficientes. Lo hacemos continuamente al observar y ¿criticar? a otras personas; al intentar solucionar algún problema cotidiano, laboral o familiar; en el proceso de decisión para votar por algún partido o no votar, o anular; al seleccionar algún libro; al acercarnos con un grupo de personas o alejarnos de alguna en particular; en fin, la formación de estos juicios nos permiten reducir la incertidumbre inherente de la realidad y llenarnos de valentía para tomar decisiones o formarnos opiniones. Así, de manera natural y casi siempre apalancados más en la intuición que en un proceso más o menos rigorista.

Por tanto, en este jueves evitaré a toda costa que mi juicio interfiera en las líneas o entre las líneas; bueno, ni siquiera existirá una inclinación ni crítica por los comportamientos que hemos adoptado en el momento de relacionarnos y tratar de comunicarnos. Serán unas cuantas descripciones, objetivas, que su único fin consiste en provocar la reflexión.

  1. El teléfono suena. Estás en una reunión. Tu interlocutor está exponiendo la necesidad o problema por el que pidió una cita contigo; te está revelando los puntos críticos y -cuando empieza a desarrollar su pedido-  suena tu teléfono. Volteas a ver el identificador de llamadas (primera distracción), tu interlocutor pierde el ritmo, pero continúa su exposición, pues está apunto de llegar; tú mueves nerviosamente los ojos hacia él y nuevamente hacia el aparato (segunda distracción); murmuras que no vas a contestar (tercera distracción); al tercer timbrazo reafirmas que no vas a contestar (cuarta distracción); nuevamente hay un traspié en la exposición de tu visitante, tú perdiste un factor clave en su idea, pero crees que no has perdido el hilo y mientras rozas estas ideas, contestas decididamente (quinta y definitiva distracción) levantando el dedo índice y disculpándote porque tienes que tomar la llamada.
  2. Tecleando y hablando. Miles de veces (sin exagerar) he hablado por teléfono y escrito mails. Las personas más cercanas se dan cuenta de inmediato y me cuelgan sin chistar, sabiendo que unas horas después (o días) tendrán que repetir algo que dijeron y que yo creí comprender. Los mensajes salen de mi computadora –siempre con la mejor voluntad y fortuna- de que expresan lo que se busca. La tentación de marcar y de teclear es enorme; de hablar y escribir; de hablar y leer; de tratar de hacer las dos cosas a la vez y no hacer bien alguna.
  3. El contagio del BlackBerry. Estás platicando con un amigo o un colega; en un restaurante o en una oficina de trabajo; compartiendo un par de tragos o revisando algún documento. Solo tú y él. Relajados o muy concentrados; compartiendo la existencia; así, hasta que uno de los dos toma el aparato del demonio (es un juicio, lo sé, pero no resistí), porque sonó o vibró o porque ya le tocaba una dosis. Acá lo resaltante es la mimetización; el otro automáticamente saca su BlackBerry y de pronto los dos se están ignorando olímpicamente; con sus ojos metidos en la pantalla y sus dedos manipulando los pequeños botones. La interrupción puede durar unos cuantos minutos, pero de gran impacto, pues el tono y la armonía tardarán en regresar, en construirse nuevamente, pues no suceden solas.
  4. La conversación y el programa favorito. Estás viendo el séptimo juego de la serie mundial o el nocturno amistoso de la selección nacional. Tu esposa tiene algo muy importante que decirte sobre tu hijo o sobre cualquiera de esas cosas importantes que ahora no recuerdo, porque siempre me las platica en esos momentos. Ni eres tan aficionado al béisbol y las decepciones de los ratoncitos y te han curtido, pero por alguna razón incomprensible no puedes dejar de ver o escuchar la tele. Todo acaba o con el gol de Guatemala o con un reclamo más o menos amenazante que te hacen identificar las prioridades. Aplica también al revés, sobre programas de Sony y la gran promoción en el trabajo que estás a punto de conseguir.
  5. Lap top y Fútbol americano. Esta es mi favorita. La encontramos hace varios años cuando organizamos una liga en el Fantasy Football. ¿Es posible ver a tu equipo favorito y al mismo tiempo revisar el desempeño de diez o más jugadores en otros ocho partidos que se están llevando al mismo tiempo? Primero y diez en la yarda veinte en el Texas Stadium y carrera de 75 yardas para TD en el Lambeau Field. Festejo y coraje. Actualización de la página del Fantasy Football y cambio de canal en la tele para buscar otro juego en el anuncio. Justo en esos momentos, es necesario decidir en dónde vamos a comer. Y si no contestas en el acto, la diversión corre peligro.

Hace unos años leía un artículo que invitaba a concentrarnos en lo que estamos haciendo. Ya se anticipaba que existe una fuente interminable de distractores; que en un inicio fueron pensadas como herramientas para complementar y mejorar la comunicación. Bien usadas, la comunicación es además de más extensa y oportuna, también más precisa. Un uso deficiente o desordenado, provocará confusiones, vaguedades y sobretodo nos hará perder momentos preciosos con nuestros seres queridos y con nuestros colegas.

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Este post está dedicado a quienes han sufrido estas descortesías por mi parte y también a mis colegas, con quienes recíprocamente nos atendemos así. En especial, está dedicado a Jorge Monge – quien ha expresado amable e insistentemente en que es necesario definir reglas básicas de convivencia al utilizar nuestras herramientas electrónicas de telecomunicación.