Jueves ordinario: el hábito (retomado) y un par de presunciones

Pues bien. Después de varios intentos fallidos estoy dejando de fumar. Los factores clave han sido unos externos, como el hecho de que esté prohibido prender cigarros en la oficina y también en los restaurantes del DF. Aunque también ha habido un esfuerzo interno, como la frecuencia de la carrera mañanera. // Por cierto, no pude evitar pensar en esa otra cosa mañanera que unos presumen sabiendo que mienten descaradamente. //

Hace un par de semanas, corrí el 10K de Imagen. Fue pesado, pues no encontré el ritmo a partir del kilómetro seis y más bien empecé a bufar cual toro en segundo tercio. // Bueno, así me lo imaginaba, mientras buscaba llenar mis pulmones al respirar con la nariz, cuando casi siempre lo hago directo de la boca. //

El tiempo no fue malo, pero he tenido mejores días. Empezó difícil. Por la mañana llovía y se me hizo tarde. Empecé muy rápido y después ya era demasiado tarde. // Raro. Mi papá dice que hay personas que no se dan cuenta de esto (aunque no sea estrictamente esto, sino otra cosa) y que se lamentan diciendo: «qué pronto se me hizo tarde». //

Eran las seis de la mañana del domingo. De pronto manejaba muy rápido a las siete y media. Ya para las ocho y veinte y más de tres kilómetros estaba tarde: desfasado en ritmo y corriendo muy rápido. A las ocho y media venía bufando y antes de las nueve todo terminó. Casi ni lo disfruté. Fue mi error. Lo sé, pero así sucedió. // Recordé esos días de juego de domingo, donde mis nervios me impedían disfrutar de las jugadas concientemente. Una vez que salimos campeones fue tanta la presión que al finalizar el juego solo quería dormir. //

Acá no hubo presión, pues no íbamos por un tiempo récord. (Digo íbamos pues mi cuñado y yo estamos entrenando para una carrera mucho más larga para el mes de octubre). Lo tomé con calma y de pronto ya íbamos muy rápido (¿lo dije antes verdad?). La calma y la falta de estrategia me apresuraron en el momento de ejecutar. Suena trivial y confuso pero así fue y es y puede seguir siendo en muchos otros aspectos de nuestras vidas. // Aunque mientras corría … ahora recuerdo que el kilómetro cuatro fue placentero: de regreso de El Ángel al Auditorio, por Reforma, en el carril central. Respirando un aire fresco increíble. Después vino eso que he dicho antes y que por el hecho de evocarlo suena repetitivo. //

Puede ser la fonética del español o el ritmo del teclado. Por eso es repetitivo y extraño. Lo siento aquí, dándole la espalda a la ciudad y a la ventana que he cerrado hace unos minutos que no sabía que iba a llegar a estos renglones finales y a estas palabras esquivas. Que se van cuando las estoy pensando y se me escapan en cuanto empiezo a vaciarlas en la pantalla. Y que al releer ya significan otra cosa que nunca quise escribir de esa manera. // Por cierto que la tarde anterior a la carrera hubo una gran fiesta de mis tíos de la que literalmente me escabullí, pues la carrera larga me iba a atrapar impidiéndome llegar a la corta. A la de los 10 kilómetros que corrimos hace un par de semanas y que he referido con gran confusión. Con un estilo que probablemente renace de mi relectura de James Joyce y su Ulises. O quien sabe, tal vez las cosas sí suceden con cierto ritmo y no nos queda mas que intentar platicarlas y compartirlas, escribiendo en miércoles lo que se publicará en jueves. //

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Foto al margen:

Jueves ordinario: la influencia

Hace casi veinte años, convencido de la diferencia de plenitud entre los seres humanos que piensan de los que no lo hacen, escribí una reflexión titulada Influencias. Su lectura me permitía -de manera paralela- disfrutar de la intensidad de mis 19 años, sufrir mi desconcierto existencial y describir de una manera perfectamente confusa cómo es que me relacionaba con el mundo y su aleatoriedad.

Desde hace varios años he buscado el manuscrito. También el archivo que viajó por diversos discos duros en computadoras personales y de trabajo. Sin éxito. La búsqueda, sin embargo, continúa insistentemente en mi memoria y en ocasiones emergen de la nada sendos zarpazos de regresión a ese estado emocional que me marcó por siempre.

«Percibí el sabor fresco de la mañana. Cuando cerraraba la puerta de le reja, el vecino me saludó y tímidamente regresé la cortesía con un gruñido. Violentado por su atrevimiento al inmiscuirse en mi existencia, empecé a caminar por la calle toda hacia la parada del camión. Prendí un cigarro y con una bocanada de humo aceleré el paso.» Más o menos así empezaba ese escrito de 1990.

Ayer en la mañana, al inyectarme mi dosis cotidiana de filosofía, leía un párrafo escrito por Oscar de la Borbolla que literalmente dice:

«Aunque en sentido estricto nadie huye, porque la caída en el pensar no es voluntaria, como tampoco lo es mantenerse en el no pensar. Ambas ocurren y no hay motivos para creer que una conducta sea más auténtica que la otra por más que la humanidad se divida, por esta razón, en dos bandos irreconciliables: aquellos que caen en el pensar y los que se mantienen en el no pensar. Unos y otros se desprecian: unos a otros gruñen, cada bloque por sus propias razones, cuando lo que debieran sentir los unos por los otros es un poco de compasión o de piedad. Pues unos y otros viven en el infierno, aunque sea en distintos departamentos del infierno. Porque la vida no es más placentera por no pensar, al contrario, los que forman este grupo suelen sufrir hasta el agotamiento o el suicidio por cualquier minucia».

Casi sobra decir que el autor reduce el pensamiento a la exploración ontológica de preguntas tales como ¿Por qué soy? o ¿Qué somos? Mismas que en su apreciable opinión no tienen respuesta. Por el contrario, nos absorben en un abismo intolerable al avanzar en su pensamiento y descubrir que la nada será el resultado de nuestra existencia efímera, tanto individual como colectivamente; en ser humano y en humanidad.

Después de prender el cigarro y cuando estaba llegando a la esquina, vi que el camión arrancaba decididamente sin mí. Por lo que tuve que caminar dos kilómetros hacia la siguiente parada. En el camino encontré diversas situaciones, desde los volcanes poblanos que se extendían majestuosos sobre el horizonte, hasta un señor que buscó que entabláramos una conversación. Recuerdo que en el mismo escrito referí que no entendí palabra alguna de este ser humano que se desgarraba por unos asuntos asquerosamente cotidianos. Por lo que continúe con mi travesía.

«Por fortuna -continúa Borbolla un par de párrafos adelante-, el ser humano no es coherente: se distrae, se pierde, anda por el mundo sin preocuparse ni ocuparse y, por ello, con relativa frecuencia puede vivir libre del agobio que producen el sentido y el sinsentido […] En esa zona, ajena al pensar y al no pensar, ahí donde no tenemos presentes el sentido ni el sinsentido, es donde la vida es visible, pues vivimos distraídos, sin darnos cuenta. En esos momentos sucede la felicidad […]».

Cuando retomé el camino, me encontré con que había olvidado a dónde iba. Perdido, sentí cómo mi maleta jalaba mi hombro con una fuerza insoportable. Llevaba piedras que no sabía en qué momento había recogido.

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Notas al margen:

  • El libro de Borbolla a que hago referencia se titula «La rebeldía de pensar», publicado en 2006 por la Editorial Nueva Imagen.
  • Este autor mexicano es un profesor universitario de Ontología, con estudios de filosofía en licenciatura, maestría y doctorado. Su prosa es directa y limpia; y su estilo irreverente
  • Su lectura, mas que pensar, felizmente me ha distraído.

Jueves ordinario: el lobo

Todavía tengo guardado mi primer boleto de camión. Tenía 5 años y cursaba segundo de Kinder. Mi abuela paterna fue a recogerme al colegio y como no manejaba, nos subimos al transporte público. Una experiencia muy emocionante. Recuerdo que estuvo viéndome todo el camino, mientras yo abría los ojos ante ese mundo fantástico, lleno de movimiento y de personas extrañas. Al llegar a su casa, nos sentamos a comer. Y como muchas veces más, me contó una de esas historias increíbles, llenas de magia y que he mantenido presente por más de tres décadas.

Cabe señalar que mi abuela fue hija de un militar revolucionario y se crió en un rancho en el estado de Guanajuato. Sabía montar a caballo y manejar la pistola de su padre, «una reglamentaria escuadra 38» en sus propias palabras. Este antecedente le sirvió para vivir (o inventar, nunca lo sabremos) episodios maravillosos que disfrutamos casi una veintena de primos.

Ese día en particular, me entretenía con la historia de uno de los cuadros que colgaban de la pared del comedor. Resulta que dentro de esa casa clavada en el bosque vive un lobo. Feroz y con dientes puntiagudos y filosos. Encargado de cuidar que los niños coman bien. No dudará en salir si alguien deja la sopa o no se come la verdura. Así sin más. Muchos lo conocimos como el lobo de la casa de mi abuelita. Nunca lo vi por cierto y no precisamente por comer bien. Aunque recuerdo su imagen (y hasta ahora soy conciente de ello) como el coyote de las caricaturas del correcaminos. Caminando en dos patas y ligeramente cordial. Divertido. ¡Ja!

Mientras comía las verduras esa tarde del primer viaje en camión, mi abuelita (como todavía le digo cariñosamente) me aseguraba que era lo mejor que podía hacer. Comer las verduras. Pues tenía una conocida que por cuestiones que nunca entendí (hasta ahora) cuidaba a sus hijos y también a los hijos de su marido que no eran de ella. A los propios les daba carne y a los ajenos caldo y verduras. Y terminaba más o menos así: «Sorpresa la que se dio al ver que sus hijos eran unos ñangos y enfermizos; y los ajenos fuertes y sanos». Remataba con un talento envidiablemente convincente: «Por eso, qué bueno que te comes las verduras chatito». Por cierto que algunos todavía no superamos eso de chatito o chatita.

Para no dejar. El día de ayer por la tarde, el Ejecutivo Federal envío a la cámara de senadores su iniciativa de reforma energética. Más allá de cada uno de los seis puntos que guiarán la transformación de PEMEX, resalta más el manejo político del asunto. Más de un mes estuvimos esperando la propuesta y más de uno estuvo preparando a la población para rechazar la privatización de la famosa paraestatal. «Ahí viene el lobo», decían. Ya se frotaban las manos y tenían preparado todo un despliegue de golpeadores y vividores para bloquear aeropuertos y carreteras, el congreso y los puntos estratégicos financieros. Y nada. Nos desilusionó el Ejecutivo. Por donde se le vea. Ni reforma integral ni circo para el pueblo. Debates tibios y superficiales al respecto. Una frase para la posteridad la escuché hoy por la mañana en un noticiero de radio: «La hojeé por arribita, por lo que no he tenido tiempo de estudiarla, pues nos la dieron apenas ayer en la noche», afirmó Franciso Labastida, distinguido senador priísta que ha dado el kick-off del tono del diálogo que tendremos: mediocre y superficial.

Ayer mismo fui a casa de mi abuela. A visitarla y también a pedirle prestado el cuadro. Nos sentamos en la sala y nos estuvimos viendo. Y recordé (como un torrente demoledor) decenas de historias con las que voló mi imaginación en ese departamento de la colonia Mixcoac. Dejando espacio a fantasías propias de niño, pero también muy precisas cuando el mensaje llegaba claro y certero. Algún día intentaré escribirlas, buscando ser fiel a la elocuencia del relato y sobretodo al gran sentido del humor, fino y tremendamente práctico.

Jueves ordinario: la despedida

“Voy a quedarme aquí, viendo cómo te vas: esta escena se va a quedar conmigo para siempre”, le dije emocionado a mi gran amigo Rogelio Montes de Oca. Ayer, cuando se alejaba por el pasillo, después de despedirse oficialmente. Se jubiló merecidamente, después de más de cuatro décadas de laborar en el sector financiero. 

Tuve la fortuna de conocerlo en la segunda parte de su carrera bancaria. Como mentor. Asesorando y aconsejando a jóvenes y a viejos; a compañeros de trabajo y a amigos. Siempre con una mirada aguda de las personas y de sus intenciones; y con recomendaciones certeras y oportunas. Conciliando puntos de vista y aglutinando posturas. Compartiendo su sabiduría. Dando todo, todos los días. Y siempre, con humor. Sonriendo. Somos muchos los que vamos a extrañar (dentro de los pasillos de Centro Bancomer) ese estilo fino de banquero clásico y esa sinceridad que solo los amigos te regalan.

Pues bien. El pasado lunes han despedido –de una manera muy diferente – al técnico de la selección mexicana de fútbol. Hugo Sánchez se esperó hasta el final; a que le dieran literalmente las gracias. Fue un gran futbolista y como entrenador se ha convertido en un eterno novicio. No da el salto a la madurez y por tanto es poco probable que se convierta en un líder genuino. Mas bien tiende a dividir y a buscar protagonismos que van contra el liderazgo efectivo. Ni modo. Mejor recordar sus goles. 

La prensa mexicana ha dedicado grandes espacios a esta noticia desde hace un par de semanas, tratándola como la crónica de un despido anunciado. Es una noticia que se irá sin pena ni gloria, como la mayoría de las que abordan los medios de comunicación. Sin embargo y lamentablemente lo que permanecerá es el análisis superficial de los asuntos del país que casi siempre vienen acompañados de creencias que viven y se reproducen en el inconciente colectivo de los mexicanos: el Tlatoani. 

Tanto en este asunto como en el tema de PEMEX (por mencionar los más sonados últimamente), la prensa y la complicidad de la sociedad ofrecen perfiles en lugar de argumentos; líderes mesiánicos en lugar de programas efectivos. En el fútbol, los «expertos» coinciden en que la solución es traer a un técnico de renombre. Que Javier Aguirre, que sutano, que perengano (no me sé los nombres) … El punto es que la solución se ubica es una persona redentora que solucionará -por arte de magia o de no sé qué truco- las deficiencias estructurales del fútbol mexicano. 

En el tema de la reforma energética sucede lo mismo: se le hace eco solo a los personajes de renombre. ¿Y los argumentos? No, esos no venden periódicos, además es un tema denso que pocos le entienden. Mejor, como estrategia comercial de comunicación periodística y social (ojo, en la segunda somos nosotros los protagonistas), se habla de los famosos. Para endiosarlos y ensuciarlos; amarlos y odiarlos. Y como sociedad, nos entretenernos cual colegiales con la página de sociales o la revista juvenil de moda. Difícilmente se presentará un diálogo serio, el que por cierto están proponiendo funcionarios del gobienro federal y líderes empresariales. No, nuestra sociedad demandará en este tema amarillismo y nota roja que sabemos muy bien quién puede ofrecerles.

Afortunadamente, dentro de esta maraña social que sigue esperando un mesías, existen líderes genuinos que -calladamente- contribuyen a que avancemos con pasos firmes hacia un futuro mejor. Dejando su huella en la relación uno a uno o con grupos pequeños. Compartiendo su visión y liderando objetivos comunes. Estos líderes existen a lo largo y ancho de la sociedad. Y sin buscar fama desmedida ni creerse redentores aportan mucho más que la mayoría de los personajes públicos, incluyendo a políticos y a empresarios miopes.

Regresando y terminando. El tejido social de muchas organizaciones es tan fuerte como su riqueza de diversidades. Cada quien aporta su granito de arena (a veces piedras enormes) a la generación de riqueza de la empresa y a la solidez del capital humano. El segundo, bien aprovechado, sí constituye un diferenciador en el mercado. Por ello, no tengo más que lamentar que mi amigo se haya ido con todo lo que podía dar todavía, tanto profesional como personalmente. Sin embargo, más allá de mi opinión,  vi en sus ojos brillantes y en su sonrisa sincera una felicidad envidiable. Así quisiera despedirme. ¡Adiós amigo, seguirás aquí a través de muchos que nos quedaremos!

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Notas:

  1. En un par de ocasiones apareció una mula en mi escritorio. En ambos casos fue en un Jueves de Corpus, conocido también como el Día de las Mulas. Siempre supe quién fue, aunque Roger se empeña en negarlo rotundamente.
  2. Todavía hace unos meses, trabajamos conjuntamente en un proyecto que hoy en día está participando por un premio en España. La clave fue innovar y transformar. A menos de 6 meses de su jubilación, Roger rompió paradigmas dentro de su área, cambiando radicalmente el enfoque tradicional de los cursos de ventas.

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