El filósofo inglés Bertrand Russell utilizó el racionalismo para probar sus postulados acerca de la verdad. En un ambiente intelectual influenciado por el idealismo, Russel insistió en que existen hechos incontrovertibles y concretos que no pueden negarse. Un ejemplo muy ilustrativo de su obra “Ensayos Filosóficos” publicada en 1910 dice más o menos lo siguiente: Un asesino ha sido sentenciado a morir en el cadalso. La verdad incuestionable es que el sujeto está condenado a muerte. Cabría la duda de si es responsable de las acusaciones por las que se determinó su culpabilidad, pero no de que morirá en el cadalso. Russell fue matemático y su filosofía transcurrió de la mano del racionalismo. En su lucha contra el idealismo buscó clarificar las ideas importantes y eliminar las confusiones.
Pues bien. En nuestro país nos movemos por ideales, más que por el uso racional de nuestras capacidades. Alimentamos más las creencias, en lugar del pensamiento analítico; preferimos las revelaciones sobre las demostraciones; al líder mesiánico o al partido salvador sobre la mente clara o el rigor lógico. El orden divino, en lugar de la propuesta humana. Somos, en términos generales, uno niños ávidos de fantasías; crédulos de postulados absurdos; campo fértil para el engaño y la mentira.
Así, llevamos varios meses debatiendo sobre la reforma energética. Sumidos en creencias y supersticiones. Alimentando el antagonismo: enfrentando la revelación contra la razón; la afiliación contra la argumentación. Dividiéndonos en grupos irreconciliables. Señalándonos y acusándonos. Moviéndonos en un plano completamente irracional. Como tribus primitivas. La más reciente manifestación de esta conducta fue la consulta organizada por el Gobierno del DF. Más allá de su ejecución deficiente o de las preguntas amañadas, lo que resalta es la confrontación. Pareciera que el lema del grupo más radical del país es: “Tú eres el malo, yo el bueno; tú el entreguista, yo el patriota”. Así, alimentando el contraste y forzando la lucha entre la sociedad (la lucha de clases).
Russell señalaba que una demostración inequívoca de verdades concretas es la circulación de una moneda falsa, pues reconoce (en sentido negativo) a la moneda auténtica. Engaña y miente. Es falsa, pero dependiente de la verdadera.
Como lo sugerí hace un par de meses, no tengo duda de que se aprobará una reforma energética por parte del congreso. Sin embargo no será la que el país requiere. Será como aquellas monedas de oro de la antigüedad: que la Corona recogía con el pretexto de un nuevo sello real que eran devueltas adulteradas, con aleaciones diferentes al material dorado. El discurso antagónico del grupo radicalizado del país será la moneda falsa: hablando de una privatización que no existirá. Así, en los próximos meses tendremos circulando monedas adulteradas y monedas falsas. La mayoría de los ciudadanos sin réplica lógica, pero sí con afiliación idealista tomaremos la que mejor nos parezca. La adulterada (porque peor es nada) o la falsa (pues requerimos de una mentira que haga llevadera nuestra existencia). En ambos casos, confundidos y tomando por auténtico lo que sabemos que es falso.
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Notas al margen:
- Un concepto recurrente de mi buen amigo y mentor Rogelio Montes de Oca es que cada quien se dice sus propias mentiras, las que le gustan o le convienen.
- Haría bien nuestra clase política mexicana en darle una leída a la obra de Russell. Comparto la siguiente cita de su obra «The Case for Socialism» de 1935:
Por mi parte, mientras soy un socialista convencido tanto como el más ardiente marxista, no considero al Socialismo como un evangelio de venganza proletaria, ni siquiera, principalmente, como un medio de asegurar justicia económica. Lo considero principalmente como un ajuste a la máquina de producción requerido por consideraciones de sentido común, y calculadas para incrementar la felicidad, no sólo del proletariado, sino de todos excepto una minoría pequeña de la raza humana.
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