Una de las características del ser humano gira en torno a nuestra admirable facilidad para formarnos juicios con unos cuantos factores que podrían ser insuficientes. Lo hacemos continuamente al observar y ¿criticar? a otras personas; al intentar solucionar algún problema cotidiano, laboral o familiar; en el proceso de decisión para votar por algún partido o no votar, o anular; al seleccionar algún libro; al acercarnos con un grupo de personas o alejarnos de alguna en particular; en fin, la formación de estos juicios nos permiten reducir la incertidumbre inherente de la realidad y llenarnos de valentía para tomar decisiones o formarnos opiniones. Así, de manera natural y casi siempre apalancados más en la intuición que en un proceso más o menos rigorista.
Por tanto, en este jueves evitaré a toda costa que mi juicio interfiera en las líneas o entre las líneas; bueno, ni siquiera existirá una inclinación ni crítica por los comportamientos que hemos adoptado en el momento de relacionarnos y tratar de comunicarnos. Serán unas cuantas descripciones, objetivas, que su único fin consiste en provocar la reflexión.
- El teléfono suena. Estás en una reunión. Tu interlocutor está exponiendo la necesidad o problema por el que pidió una cita contigo; te está revelando los puntos críticos y -cuando empieza a desarrollar su pedido- suena tu teléfono. Volteas a ver el identificador de llamadas (primera distracción), tu interlocutor pierde el ritmo, pero continúa su exposición, pues está apunto de llegar; tú mueves nerviosamente los ojos hacia él y nuevamente hacia el aparato (segunda distracción); murmuras que no vas a contestar (tercera distracción); al tercer timbrazo reafirmas que no vas a contestar (cuarta distracción); nuevamente hay un traspié en la exposición de tu visitante, tú perdiste un factor clave en su idea, pero crees que no has perdido el hilo y mientras rozas estas ideas, contestas decididamente (quinta y definitiva distracción) levantando el dedo índice y disculpándote porque tienes que tomar la llamada.
- Tecleando y hablando. Miles de veces (sin exagerar) he hablado por teléfono y escrito mails. Las personas más cercanas se dan cuenta de inmediato y me cuelgan sin chistar, sabiendo que unas horas después (o días) tendrán que repetir algo que dijeron y que yo creí comprender. Los mensajes salen de mi computadora –siempre con la mejor voluntad y fortuna- de que expresan lo que se busca. La tentación de marcar y de teclear es enorme; de hablar y escribir; de hablar y leer; de tratar de hacer las dos cosas a la vez y no hacer bien alguna.
- El contagio del BlackBerry. Estás platicando con un amigo o un colega; en un restaurante o en una oficina de trabajo; compartiendo un par de tragos o revisando algún documento. Solo tú y él. Relajados o muy concentrados; compartiendo la existencia; así, hasta que uno de los dos toma el aparato del demonio (es un juicio, lo sé, pero no resistí), porque sonó o vibró o porque ya le tocaba una dosis. Acá lo resaltante es la mimetización; el otro automáticamente saca su BlackBerry y de pronto los dos se están ignorando olímpicamente; con sus ojos metidos en la pantalla y sus dedos manipulando los pequeños botones. La interrupción puede durar unos cuantos minutos, pero de gran impacto, pues el tono y la armonía tardarán en regresar, en construirse nuevamente, pues no suceden solas.
- La conversación y el programa favorito. Estás viendo el séptimo juego de la serie mundial o el nocturno amistoso de la selección nacional. Tu esposa tiene algo muy importante que decirte sobre tu hijo o sobre cualquiera de esas cosas importantes que ahora no recuerdo, porque siempre me las platica en esos momentos. Ni eres tan aficionado al béisbol y las decepciones de los ratoncitos y te han curtido, pero por alguna razón incomprensible no puedes dejar de ver o escuchar la tele. Todo acaba o con el gol de Guatemala o con un reclamo más o menos amenazante que te hacen identificar las prioridades. Aplica también al revés, sobre programas de Sony y la gran promoción en el trabajo que estás a punto de conseguir.
- Lap top y Fútbol americano. Esta es mi favorita. La encontramos hace varios años cuando organizamos una liga en el Fantasy Football. ¿Es posible ver a tu equipo favorito y al mismo tiempo revisar el desempeño de diez o más jugadores en otros ocho partidos que se están llevando al mismo tiempo? Primero y diez en la yarda veinte en el Texas Stadium y carrera de 75 yardas para TD en el Lambeau Field. Festejo y coraje. Actualización de la página del Fantasy Football y cambio de canal en la tele para buscar otro juego en el anuncio. Justo en esos momentos, es necesario decidir en dónde vamos a comer. Y si no contestas en el acto, la diversión corre peligro.
Hace unos años leía un artículo que invitaba a concentrarnos en lo que estamos haciendo. Ya se anticipaba que existe una fuente interminable de distractores; que en un inicio fueron pensadas como herramientas para complementar y mejorar la comunicación. Bien usadas, la comunicación es además de más extensa y oportuna, también más precisa. Un uso deficiente o desordenado, provocará confusiones, vaguedades y sobretodo nos hará perder momentos preciosos con nuestros seres queridos y con nuestros colegas.
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Este post está dedicado a quienes han sufrido estas descortesías por mi parte y también a mis colegas, con quienes recíprocamente nos atendemos así. En especial, está dedicado a Jorge Monge – quien ha expresado amable e insistentemente en que es necesario definir reglas básicas de convivencia al utilizar nuestras herramientas electrónicas de telecomunicación.
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