Jueves ordinario: el regreso a clases

Fue en la primavera de 1984. Estaba empacando mi maleta. Juqueteando con una idea que me divertía. En mi recámara, ahí donde tuve mis primeras reflexiones, rodeado de paredes azules y cuadros de fútbol americano. Pensaba que muy probablemente existían dos Rafaeles. El de esos momentos que saldría de vacaciones por una semana a Tuxpan en un viaje del colegio. Y el otro de la rutina diaria, ése que iba a clases y cumplía sus obligaciones. Me caía mejor el primero y me sentía alviado de dejar al segundo ahí.

Hace un par de semanas que salí de vacaciones me asaltó esta idea. Mientras empacábamos para ir a San Francisco. Mi reflexión no fue como la de mis doce años, pero sí me divirtió recordarla. Nos fuimos para descansar, para conocer y también para correr un maratón. Logramos los tres objetivos y uno adicional que fue uno de los motivos del viaje: festejar a mis papás, que este año cumplen 60 y 70 años de edad.

El Maratón.

Arranqué en el cuarto bloque a las seis y cuarenta de la mañana: oscuro todavía y lloviznando. La ruta es muy divertida y la complicidad de los corredores es asombrosa. Inicié con muy buen ritmo y de pronto ya estábamos en el Golden Gate Bridge: bruma y frío que impulsaron mi paso.

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La primera parte del maratón fue muy estimulante: pasé por la milla 13.1 en una hora y cincuenta. La segunda parte seguí con gran ritmo, con otra vuelta a uno de los lagos del Golden Gate Park; nos metimos en las calles residenciales y las subidas y bajadas fueron muy divertidas hasta la milla 22.

A partir de ahí, empecé a pagar no haberme apegado a mi plan de entrenamiento en las semanas recientes: los músculos de mis piernas trabajaban a marchas forzadas y apretaba los puños tratando de retener la energía que poco a poco se iba esfumando. Antes de llegar a la milla 24 (que fue la octava vuelta que marqué por estrategia) pude comer una fresa deliciosa que me ofreció una de las tantas personas que apoyan a los corredores.

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Las dos millas finales fueron de regalo, ya con un paso lento, con las piernas muy cansadas, pero mi corazón bombeando sin problemas, impulsándome al carril final, lleno de personas. Escuché mi nombre en el sonido local casi al mismo tiempo que ví a mi familia aplaudiendo y celebrando mi esfuerzo.

Conociendo la ciudad y los alrededores

No es mi intención hacer una crónica de los lugares visitados, pero sí  compartir un par de imágenes e impresiones.

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Rentamos un cochecito estilo Go-Cart turístico. Fue una muy buena experiencia de padre e hijo (yo el primero), pues nos perdimos casi sin querer y al final tuve que empujar el carrito en una de esa subidas increíbles de Union Square, en la calle de Powell.

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Rentamos un coche y fuimos a Sausalito y a Napa Valley.  La libertad de ir sin tour nos encanta, porque siempre conocemos algo más que no viene en las recomendaciones de la web o de los cuates. Sausalito es un pueblito precioso y Napa Valley una pequeña muestra de cómo se hacen los negocios en nuestro país vecino: con visión de largo plazo y flujo de efectivo suficiente en el corto plazo. No soy experto en vinos, pero sí aficionado y es muy interesante conocer los viñedos y algunas historias estilo «american dream» que complementan exquisitamente la visita.

Alcatraz es otro ejemplo de la gran capacidad de los estadounidenses de hacerte pasar un gran rato. Desde la salida en el ferry, pasando por un video introductorio y con el plato fuerte: el tour guiado con audio. La imaginación se cruza con el lugar físico y depende de cada quién que tanto recreas lo que sucedía en esa prisión de alta seguridad.

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Los Gigantes apalearon a los campeones Phillies y estuvimos ahí para presenciarlo. Con un hot dog en una mano y una cerveza en la otra. Un estadio muy funcional con un ambiente muy agradable. La mitad de los peloteros son latinoamericanos y más del noventa porciento de los aficionados caucásicos. De regreso -ya de noche- en metro y en trolebús.

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Nos subimos al famoso tranvía cuando menos diez veces. Cada una la disfruté enormemente: es un paseo turístico, pero mucha gente que vive en esas calles sigue utilizándolo como medio de transporte diario. Los operadores gruñones cuidando la seguridad de los viajantes y los turistas con cámaras en mano.

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Descansando y festejando

En las mañanas en un restaurante muy casero de comida americana. Algunas noches un par de tragos en el hotel, en unos sillones estilo lounge alrededor de una fogata. Aquí cabe la frase legendaria de Mark Twain: «El invierno más frió que he pasado fue un verano en San Francisco».

Para comer y cenar un par de lugares buenos en Fisherman´s Wharf; mejor el de Sausalito; todavía mejor el Morton´s en Union Square. Clam Chowder y cerveza; vino blanco y langosta; vino tinto y porter house; un par de martinis por ahí antes de un rib eye; claro y varias hot dogs en Union Square.

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Regresando a clases

Este jueves regresé a trabajar después de dos semanas de vacaciones; tenía muchos años de no tomarme tantos días: fue sensacional hacerlo, pues aunque no me desconecté sí descansé muchísimo. También es un hecho que ya no existen dos Rafaeles; desde hace muchos años han estado conviviendo todos los días. Coincidimos en dos factores: hacer las cosas que nos gustan y hacerlas siempre con pasión. Sea en San Francisco o en Tacubaya, en Tuxpan o en Coyoacán.

Jueves ordinario: la piedra y los espíritus animales

Estábamos entrando a la adolescencia. Nos reuníamos todas las tardes. Además de primos, vecinos. En la calle. Jugábamos tochito o simplemente lanzábamos piedras hacia los lotes baldíos. Platicando y lanzando. «A ver quién la llega a la calle de abajo», después de un movimiento rápido salían a toda velocidad tres piedras. Con mis dos primos: uno dos años más, otro uno menos. Sí llegaban. «A ver quién le da al árbol»: y salían las piedras hacia su destino. «Ahora a la barda de la casa»: y ahí iban. Había mucha grava y con ella piedras ideales para nuestro inocente entretenimiento. «Ahora a ese otro árbol…. ahora …» y así -una de esas tardes- rompimos una ventana de una casa en construcción.

// «No hay dos crisis económicas idénticas», señala una reseña escrita por Jac Depczyk acerca del libro «Animal Spirits» publicado el mes pasado, sin embargo siempre emergen las mismas tres preguntas: ¿Cómo nos metimos en este desastre?, ¿cómo podemos salir de él? y ¿cómo evitamos caer en una situación similar? Los autores del libro son dos connotados economistas norteamericanos: George Akerlof y Robert Shiller. //

Hubo un intento tímido de festejo al ver primero y escuchar después cómo se rompía el vidrio. La ventana no era muy grande y bien a bien no estoy seguro (incluso ahora a más de 25 años de distancia) que nuestra intención hubiera sido romperla. No tardó en salir el velador de la casa, acompañado con señas y gritos de reclamo. Casi de inmediato empezamos a caminar calle abajo. «Vámonos de aquí». No tardamos en empezar a trotar, pasamos frente a mi casa y de pronto ya íbamos corriendo hacia la casa de mis primos. Detrás de nosotros venía el velador y de lo que sí estoy seguro es que no teníamos intención alguna de que nos alcanzara.

// El título del libro es una alusión clara de una frase acuñada por el legendario economista británico John Maynard Keynes. Estos «espíritus animales» se refieren a las expectativas irracionales que adoptan los entes económicos, particularmente las referidas a la confianza del desempeño de la economía y las finanzas. Este concepto aparece en su famosa obra publicada en 1936: «La Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero», donde afirma que el impulso que está detrás de este comportamiento es la preferencia espontánea por la acción sobre la inacción, más que una estimación racional basada en herramientas probabilísticas. //

Mi primo más grande buscó llevarnos hacia la torre de luz, contigua a su casa, para escondernos ahí: subió al terreno baldío gritándonos con desesperación, pero ignoramos su estrategia y seguimos -los dos más pequeños- en dirección a su casa. Al ver que no le hacíamos caso, bajó a toda velocidad lanzándonos un par de improperios. Tocamos el timbre y muy rápido nos abrieron la puerta. Nuestro perseguidor lo vio todo. Pero no nos importó en el momento, pues ya estábamos a salvo y además con claras instrucciones de que no abrieran la puerta.

// Los autores dividen los espíritus animales en cinco tipos:

  1. Confianza. Referida a la estimación irracional sobre el precio de una acción empresarial, sin importar su capacidad de producción y generación de valor.
  2. Equidad. Aunque los economistas conocen su importancia, la mayoría la ignoran.
  3. Corrupción o mala voluntad. Es lo que explica los casos como Enron.
  4. Ilusión monetaria. Ignorar la inflación y sus efectos, principalmente cuando su tasa es baja
  5. Historias. Los economistas suponen que las personas son suficientemente irracionales como para creer en tendencias permanentes; como la referida a que los precios de las casas nunca bajarían.

Por lo tanto, los modelos no contemplan las consecuencias de estas creencias incorrectas sino hasta que ya es demasiado tarde. //

Un día después, casi toda la familia se enteró de que habíamos roto la ventana. El velador estuvo tocando unos minutos y al ver que nadie abría, decidió regresar al día siguiente; por la mañana. Le reclamó a Sole, una muchacha que trabajó muchos años con mi tía, y por ahí se descubrió todo. Cuando nos pidieron explicaciones no solo no pudimos contestar la razón por la que rompimos la ventana, sino el porqué no enfrentamos las consecuencias de inmediato. En esos días me atormentaba al imaginar que de haber seguido a mi primo mayor nos habríamos ahorrado el regaño. Nunca me pasó por la mente que lo que habría evitado el regaño estaba más en la inacción: en no haber lanzado la piedra.

// El libro «Animal Spirits: How Human Psychology Drives the Economy, and Why It Matters for Global Capitalism» busca demostrar cómo el poder de las fuerzas psicológicas determina la riqueza actual de las naciones. El postulado principal es la necesidad de una participación activa por parte del gobierno para canalizar correctamente estos «espíritus animales». Es claro que el ser humano va a actuar (vamos a lanzar la piedra una y otra vez), por lo que es necesario que existan políticas económicas efectivas para salir de la situación actual y -sobretodo- evitar que caigamos nuevamente en una crisis similar. //

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Notas:

  1. Nuestra tendencia a la acción nos impulsará a tomar las medidas necesarias para salir de esta crisis. El arranque inicial dependerá de la efectividad en la instalación y difusión de las políticas económicas que soportarán el nuevo crecimiento, pero la velocidad tendrá que ver nuevamente con nuestros espíritus animales.
  2. Casi sobra señalar que no habrá política económica suficientemente efectiva para que en un futuro (una vez de que logremos un crecimiento sostenido) no caigamos en una nueva crisis. Los espíritus animales serán -en opinión de estos autores- nuevamente los responsables
  3. Puede encontrarse la presentación del libro en Princeton University Press.

Jueves ordinario: el tochito a los treinta y altos

– «Papá, mejor yo te mando el pase», me dijo Bruno después de que le sugerí qué trayectoria hacer.
– «Me duele la espalda», reviré con una mueca de ligero dolor.

Inusualmente, salí temprano de la oficina acompañando a una tarde espectacular. Al llegar a la casa, Bruno y un par de vecinos me invitaron a jugar tochito. Ni lo pensé. Se armaron rápidamente los equipos: dos y dos y me tocó con mi hijo. Él, de seis años y nuestros contrarios de once y nueve años respectivamente. Ni sumando sus años se me acercan. ¿Alguien recuerda que muchas veces -para buscar equilibrar los equipos- sumábamos los años, sin importar que muchas veces el más grande era también el más malo?

Empezamos con un leve recordatorio de las reglas; sus reglas por supuesto, pues quise sumarme a la dinámica existente. Toque arriba de la cintura, «no se vale en la cabeza»: puedes correr en todas las oportunidades, pero no pueden tocarte si dices «line», lo que además implica que sólo puedes mandar pase. Sale. Pateamos. Recordé esa sensación de felicidad al ver cómo el balón volaba a través del cielo azul y bajaba poco a poco, muy lento. Y corrimos: Bruno y yo corrimos a defender, juntos por primera vez en un partido.

A la defensiva, él presionaba al QB y yo con mis varios centímetros más alto me quedaba cubriendo el pase. Ahora, que estoy sentado aquí, confirmo que debí dejarlos anotar un par de veces; lo pensé durante el partido, pero algo dentro de mi me impulsó a interceptar todo lo que se me acercaba. A la ofensiva, intercambiamos: hizo excelentes trayectorias (tenemos «recto», «stop» y «stop and go»). Increíble cómo una y otra vez el «stop and go» es jugada de TD. Claro que faltó que la atrapara para concretar los siete puntos. Pero las ejecutó con maestría y superó varias veces al niño de once. Cuando me tocaba a mi hacer las trayectorias, pudimos avanzar mejor, pues para un niño de seis (y no sé hasta qué edad) es más fácil lanzar que atrapar. Lanzó un par de pases muy certeros y por arriba del defensivo que nos valieron un par de anotaciones. Todo fue bien, hasta que sentí este dolor que traigo en la parte baja de la espalda. ¿Cómo puede uno correr 16 kilómetros el fin de semana y a los tres días estar como viejito en un juego con niños que no han salido de la primaria? Pues así.

Terminamos el partido; leí y mandé varios mails; hice y recibí varias llamadas; nos arreglamos para ir al concierto. ¿Qué habrán sido? ¿Dos horas? Y cuando nos íbamos ya había otro partido llevándose a cabo: tres y tres; con una niña de un lado y el portero de la privada del otro. Ahí estaban organizándose para hacer una trayectoria o intentar un pase largo; corriendo armónicamente y celebrando esa anotación espectacular. Gritando y divirtiéndose como solo los niños saben hacerlo. Estoy seguro que al terminar, ni sintieron nostalgia y menos un dolor intenso en sus músculos. No, terminaron y al despedirse se prometieron verse al día siguiente para continuar.

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Notas al margen:

  1. Según me han dicho y he observado en la colonia donde vivo, hay un furor por el fútbol americano. Los niños han estado cambiando la redondez y las patadas, por el ovoide y los pases. Excelente elección; tal vez sea el principio del cambio en el país.
  2. Nunca imaginé ver a nuestra moneda en 15 pesos por dólar. Bueno, ni por asomo se me ocurrió. Bromeé hace unos meses, cuando el peso a 12.5 me recordaba los 70s y las políticas populistas que tanto daño nos hicieron.
  3. Si alguien, alguna vez, quisiera ilustrar un ejemplo de decadencia política, seguramente elegirá un spot de los que inundan los medios actualmente y casi cualquier declaración de nuestros políticos.

Jueves ordinario: la trampa

34 trampa en formación I izquierda

33 trampa en formación T profesional izquierda

Hace unas semanas, recibí un regalo virtual de una compañera del colegio alemán. Era un Aufgabenheft: el cuaderno de tareas para los alumnos. Anotábamos las asignaciones diarias y nuestros padres debían revisarlo diariamente. Los profesores lo aprovechaban para realizar algunas anotaciones o avisos, entre los que destacaban los famosos y conocidísimos recados. Estos, siempre con malas noticias y concentrados principalmente en falta de tareas.

// Las jugadas más bellas del fútbol americano tienen que ver -a mi parecer- con movimientos armónicos de la línea ofensiva. La mayoría de los fanáticos normalmente se fija en el QB o en los corredores y pierden el deleite de ver el trabajo de los linieros. Hay una jugada en especial donde bloqueos diagonales «esconden» un movimiento lateral y por detrás a cargo del guard ofensivo, quien toma por sorpresa a un jugador de la defensiva que no esperaba ser bloqueado de esa manera. Se le llama trampa, pues se confunde a la defensiva y especialmente a ese jugador que casi siempre cae en el engaño. //

Al ver el cuadernillo diabólico aparecieron en mi mente decenas de imágenes que ahora me provocan una sonrisa, pero que en esos años me impresionaban. Comparto un par:

Rafael B., compañero de segundo o tercero de primaria, detentaba un talento artístico excepcional. Sus dibujos de ciencias naturales eran asombrosos, tanto por su creatividad al convertir una hoja en blanco en un mapa espectacular, aún para el cartógrafo más reconocido (así lo decía la Frau Trujillo), como por el magnífico contraste que lograba al asentar los colores emanados de esos involvidables lápices de madera. Pero su talento no se limitaba a los mapas o a dibujos. No. Combinaba este talento, con su poco interés de realizar las tareas, que le provocaba recados continuos en su Aufgabenheft. Y ejecutaba la firma de su madre con maestría. Me dejó helado el día que lo vi firmar un recado con el temple que solo un artista posee. Y otro recado, y otro. El clímax fue cuando presencié cómo se calificó uno de sus dibujos, simulando el 10 con caligrafía idéntica a la de la maestra, con todo y el círculo característico y único. Bueno, no tan único, después de esa ejecución. Volteó a verme y sonrió. Mi tocayo Bastón.

// Antes de la segunda, otra de americano. Cuando estudiaba la carrera en el TEC, también era coach de los QBs del equipo de la Juvenil AA y mandaba las jugadas de la ofensiva. Por cierto, siempre me gustó apegarme al «librito». El responsable del programa de americano era el famoso y reconocido Pibe Vallarí, quien nos compartía su gran sabiduría y sobretodo su filosofía acerca del juego. Insistía en que lo primero era establecer un par de jugadas directas y claras. Nunca basar el plan de juego en engaños o jugadas secundarias. Es decir, concentrarnos en la ejecución de jugadas básicas y en el momento oportuno (pocos), hacer «trampas» o engaños. Muy lógico su argumento, pues ¿qué trampa puede existir en un desempeño basado en el engaño? Hay que generar una imagen de «recto» primero, para después llevar a cabo irregularidades con efectividad. //

Uno de esos días de la primaria en que cursaba el tercer grado olvidé una tarea. Lo que me mereció uno de esos recados malditos. Por supuesto que yo no tenía ni el arte de Bastón ni su frialdad. Menos a mis ocho años de edad. Pero tampoco quería entregar el recado a mi mamá. Así, se me hizo muy fácil comprar otro Aufgabenheft. Estaba por acabarse el anterior y simularía que estaba empezando uno nuevo. Puse las fechas de la semana, como siempre lo hacía con los nuevos y hasta copié las tareas de los días anteriores. Sin problemas. Cuando la maestra me pidiera el cuadernillo, le entregaría el nuevo, limpio y puro. Sin anotaciones en rojo. Ya en mi casa, por la tarde, con todo perfectamente planeado, empezó a quemarme en las manos el cuadernillo anterior, que contenía esa nota roja delatora de mis olvidos. Lo escondí primero bajo el colchón, después busqué meterlo en el clóset, en el cajón del buró y en el de la cómoda. Pero no parecía encajar en parte alguna: lo descubrirán, ¡me descubrirán! Así, opté por deshacerme definitivamente de él. Lo doblé a la mitad y a la otra mitad. Ahora sí no había retorno; ya estaba completamente arrugado. Ni cómo enderezarlo. Salí a la terraza y con decisión lo lancé hacía el terreno de atrás de la casa.

// Cuando era jugador en la juvenil AA en 1989, anotamos muchas veces con una jugada de engaño: 32 pase, en la formación I profesional. Con spiner y leyendo al saftey medio. Era una dicha mandar el pase al abierto que ejecutaba perfectamente una escuadra adentro a 15 yardas. Los LBs nunca llegaban, pues se clavaban con el engaño de carrera. Claro que esta jugada se sostenía al amparo de la 32 poder, que nos dio muchas yardas por tener una línea ofensiva disciplinada y ambiciosa al cargar, así como un FB fuerte y un HB elusivo y rápido. Este pase además del engaño con el HB, tenía un detalle bellísimo: el guard derecho salía de trampa larga a bloquear el posible blitz del ala defensiva. Por supuesto, la instalación técnica de esta jugada estaba a cargo del Coach Jorge Carriles. Uno de los mejores entrenadores que han existido en México; formador de jugadores y sobretodo de personas. //

Justo al lanzar el cuadernillo, me di cuenta que la ejecución había sido deficiente. Se abrió cual abanico y perdió velocidad en el instante. No alcanzó a superar la reja y rebotó contra el alambrado, para irse directamente al patio de abajo. Justo afuera de la puerta abierta del antecomedor, donde mi mamá ayudaba a mis hermanas con su tarea. «¿Qué haces Rafa?», me preguntó al salir y encontrar el cuaderno en el suelo, abierto: presentando el motivo del delito. Del engaño que nunca fue. De la trampa malograda.

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Notas:

  1. Siempre fui un estudiante honesto. Tal vez por ello, la ejecución de este intento de trampa mostró mi falta de pericia. Desde ese día preferí hacer mis tareas o enfrentar mis consecuencias, en lugar de desarrollar habilidades indeseables para la educación que me dieron. Por cierto, es un valor de vida que mantengo hasta ahora.
  2. En contraste, existe un juego maravilloso, que permite y exige que se practiquen los dos tipos de jugadas: las honestas y apegadas a la expectativa; así como los engaños, las trampas que ejecutadas con maestría provocan que nuestro espíritu (sí el deportista, pero también el de la pasión por el arte) explote, celebrando con júbilo estas jugadas maravillosas.
  3. Pero hay personas que en el juego de la vida también buscan llevar este arte a su realidad. Como delincuentes de calle o de cuello blanco. Como mentirosos que engañan y se engañan al no respetar sus acuerdos o sus valores: profesionales, personales o de pareja. Hacen trampa y se hacen trampa. Me parece que en este ámbito no es válido. Para eso, inventamos los juegos. Las trampas: esas que se celebran animada e ingenuamente cuando no causan daños de ninguna índole.

Jueves ordinario: el colegio de Tacubaya

Mis recuerdos del Colegio Alemán giran invariablemente alrededor de la primaria. Estuve desde el kinder y también terminé ahí la secundaria, pero mi mente regresa una y otra vez a los salones de la primaria y al patio que fuimos ocupando según avanzábamos de grado. Es curioso, pues los únicos amigos con los que he tenido contacto son los que hice en la secundaria y que venían del plantel del Sur o del Norte: hicieron la primaria en el colegio ubicado en Tepepan o en Lomas Verdes, no en el de Tacubaya donde yo asistí.

La fotografía fue tomada en 1984 y es de la generación de sexto de primaria; se sacó con motivo de nuestra graduación. Reconozco todas y cada una las caras; de los estudiantes -por supuesto- pero también la de los profesores. Recuerdo muchos nombres y se me escapan muchos apellidos, pero los tengo aquí en alguna parte de mi cerebro. Ese año, como los cuatro anteriores, estuve en el grupo «B», con prácticamente los mismos 25 compañeros desde segundo de primaria.

Recientemente he encontrado a varios de ellos en el Facebook. La mayoría estamos casados y con hijos, o simplemente con caras y peinados diferentes. Me causa extrañeza contrastar esta sorpresiva actualidad con esas imágenes estáticas que quedaron almacenadas en mi memoria. Imágenes de ese niño tímido o de esa niña alegre que relaciono más con mi hijo que con esas fotos del Facebook que encabezan su nombre: Gonzalo y Adriana, respectivamente

Lluvia de imágenes en orden de aparición por grado:

De la pre-primaria: Paco y a Hans en recreo; eran compañeros de banca y a veces jugaban a ver quién era más rápido. De primero a Frau Gaytán; y a Francisco y a Roberto peleando todo el día. En segundo a Frau Möhl (increíble ver ese nombre otra vez) y a Ülrich. En tercero a Frau Berg, así como a Gonzalo y a Harald. En cuarto a Adriana, a Alexandra y a Pablo; también Frau Trujillo. En quinto a Herr Essig y a Erika. En sexto a Herr Huber (¿se escribe así?), a Mariana, a Verónica y a Karla. Y el viaje a Tuxpan.

Pues bien. Hoy por la mañana en un desayuno de reconocimientos de experiencia, salió a la plática el tema de la inseguridad. Lo que cada vez es más común y -afortunadamente- viene acompañado de ideas y de tips para defendernos de los delincuentes: del bando natural y del traidor.

// Por cierto que los niños  cuando juegan a policías y ladrones simulan correctamente la realidad. Unos corren y otros persiguen o dicen que persiguen. Lo valioso de este ejercicio infantil es la dinámica siguiente: el ladrón viola las leyes (pues es su razón de ser hacerlo) y el policía -en el nombre de la ley- también las viola: «Como soy policía puedo pasarme el alto», decíamos en la casa de mi primo cuando avanzábamos en nuestras bicicletas. El ladrón se pasa el alto, porque es lo que esperamos de él; pero el policía se lo pasa incluso cuando no debe y ahí es donde se generan todas las confusiones para propios y extraños. //

Regresando. «Pues sí -coincidimos- debemos asistir a la marcha del sábado». Aunque hay reservas en la sociedad sobre su utilidad, también hay ánimo, empujado por la indignación y un sentimiento común de tomar la solución en nuestras manos. La marcha como tal será un éxito, pero lo que le sigue es lo importante: que se ejecuten los planes que se están proponiendo. En términos generales estos planes coinciden en algo que parece obvio: que los jugadores del sistema de justicia (policias y jueces) hagan su trabajo y al hacerlo quiten a los inpetos y a los corruptos. Con un objetivo claro: eliminar la impunidad; o dicho de otra manera: castigar a los delincuentes. Así de sencillo y de complicado para una sociedad acostrumbrada a la palabra mas que a la acción. Aún así, seamos optimistas; un poco aunque sea,  pensando en nuestros hijos. Como sociedad nos toca organizarnos para dar seguimiento puntual a esos planes y evaluar los avances. También, llevar a cabo acciones de prevención; en lo personal y familiar, pero también en grupos de vecinos. No solo se trata de contratar vigilantes y sentarlos en una caseta, sino establecer células de vigilancia vecinal que se conecten con la policía municipal o delegacional. En el camino, surgen los ineptos y los corruptos, no antes. Por eso, lo único que no podemos hacer es quedarnos sentados o callados.

Terminando. Uno de los tips de hoy fue que la delincuencia organizada, principalmente los secuestradores que ya han democratizado a lo largo de la sociedad sus fechorías, están hackeando sitios de Internet donde grupos de amigos comparten fotografías y detalles de su vida personal. Así como el Facebook. La recomendación es compartir sin dar demasiados detalles. Cuando menos no ser muy obvios. Ni modo.