Es verdad que no existe un momento oportuno para plantear una alza de impuestos; aunque -cabe comentarlo- sí hay unas épocas menos inoportunas que otras. Como esas situaciones imaginarias -cuando menos para nosotros- en las que la economía crece y el principal reto se orienta a igualar la calidad de vida de los habitantes; ahí, donde el estado brinda una seguridad incuestionable y una infraestructura óptima que garantiza el bienestar social; los ciudadanos participan activamente en la política y controlan la ambición desmedida de sus políticos. Sí, tal vez en una situación así, una subida de impuestos sería menos criticada.
Claro, esa situación exigiría -de cualquier forma- que el planteamiento fuera más o menos razonable; que impulsara efectivamente el bienestar y estuviera orientado a un desarrollo sustentable. Sí, así como dicen los libros de texto en retórica y los modelos económicos en práctica numérica. Sí, así, ni quien se quejara tanto.
Pero no. Aquí no. Para no aburrir con este tema que a la distancia parece denso y en la cercanía lo es aún más, pongamos cinco reflexiones sobre la mesa.
1. Existe la percepción generalizada -y una realidad que respalda esas sospechas- de que nuestros impuestos no se utilizan correctamente, de que gran parte del dinero es robado por nuestros políticos y funcionarios corruptos; de que nuestros impuestos han enriquecido a miles de servidores públicos.
2. Existe la evidencia empírica de que los impuestos más eficaces en términos de crecimiento y desarrollo económico están por el lado del consumo, no por el de la producción; es decir en el IVA no en el ISR ni en el IETU. Sí, lo decían los libros de texto que estudiaron los que ahora diseñan la política fiscal.
3. Existe el hecho (muy sospechoso por cierto) de que somos muy pocos los contribuyentes cautivos. Sí, que hay muchos ciudadanos que no pagan un sólo centavo y que reciben los beneficios (pocos, muchos, buenos o malos) de los servicios públicos. (Sólo para no dejar, los servicios públicos se integran, entre otros por: calles, alumbrado público, educación, salud, seguridad jurídica, orden público, etc.)
4. Existe la sospecha (respaldada por muchos hechos) de que el estado no está cumpliendo con su deber básico de preservar el orden, ni de asegurar la libertad. Orden y libertad son dos de los valores básicos del ser humano. Es decir, podría existir un sentimiento en la población de que el estado no se merece que lo respaldemos con nuestras aportaciones. Sí, existe una hipótesis bien fundamentada de que esos sentimientos inundan a los ciudadanos.
5. Por último, existe una gran probabilidad -de esas que casi llegan a ser casi ciertas- de que los políticos se pongan de acuerdo para garantizar la continuidad de los recursos que bañan al estado. Sí, México no es un estado de derecho fallido y el gobierno se encargará de demostrarlo en los próximos meses al incrementar los impuestos y además en mejorar los canales para captar los recursos.
Esta última sospecha, sin embargo, representa una buena noticia para el país. Veamos de qué estamos hechos los ciudadanos para exigir que los impuestos se utilicen cuando menos con mayor transparencia, lo que representará un avance significativo. Es una hipótesis que habría que demostrar, pero sospecho que poco a poco estamos despertando.
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