Jueves ordinario: el recalentado

A mi mamá

Uno de los grandes placeres de esta época es comer. Para ello, los mexicanos contamos con diversos platillos ricos en ingredientes  y vastos en cantidad. Normalmente en la cena de nochebuena y en los recalentados (que suelen ser más de uno) comemos de más, incluso quienes son estrictos en su dieta todo el año. Son clásicos los romeritos, el caldo de camarón, el bacalao, el pavo, la pierna y la ensalada de manzana. Hay otros platillos, pero estos son los típicos y los que más se preparan.

Pues bien, este año nos repartimos su preparación y a nosotros nos tocaron los romeritos y el caldo de camarón. Fue nuestra primera vez; cabe señalar que después de tantos años comiéndolos no tenía bien claro cuáles eran todos los ingredientes y nada claro los pasos para cocinarlos. Así, el 23 de diciembre por la tarde fui a casa de mis papás y me senté con mi mamá para repasar todos los ingredientes y sobretodo para que me explicara a detalle cómo cocinarlos. Escribí todos los pasos y me dio varios tips, siendo el principal que cocináramos esa misma tarde: “para que no estén con prisas mañana”. Y así lo hicimos: empezamos a las siete de la noche y a las once ya habíamos terminado.

Quiero compartir la receta de ambos platillos y una breve explicación de cómo los cocinamos. Cabe señalar que el secreto no viene en estas líneas y no estoy seguro que haya alguno; pero si existiera, debe estar relacionado con la resolución de las dudas (pequeñas y grandes) que van surgiendo -en la cocina- durante su preparación. Afortunadamente, tuvimos a mi mamá del otro lado de la línea telefónica en las más de veinte llamadas que le realizamos en menos de cuatro horas: una llamada cada doce minutos.

El caldo de camarón

       Un cuarto de camarón seco

       4 chiles guajillos

       2 jitomates

       Una cabeza de ajo

       Un cuarto de cebolla

       3 papas

       1 kilogramo de chícharos

       3 zanahorias

       Una ramita de perejil

       5 chiles de árbol secos

En una olla grande, con la mitad de agua, se vierte el camarón -previamente pelado de cabeza, cola y patas. A fuego lento, una vez que empieza a hervir el agua.

En otra olla, se hierven los chiles, los jitomates, el ajo, la cebolla con un poco de sal. Se licúan y al servirse a la olla grande, se cuelan.

Los chicharos se pelan y se cuecen por separado. Las zanahorias y la papas peladas se sofríen. Al final, todo se vacía en la olla grande.

Una vez que hierve, se adiciona la ramita de perejil y los chiles de árbol secos. Se apaga la limbre y se destapa la olla, dejándola respirar toda la noche.

Los romeritos

       2 kilogramos de romeritos

       Medio kilogramo de mole (comprado en el mercado de la localidad o hecho en casa según las habilidades de cada quien)

       20 papas cambray

       10 nopales grandes

       100 gramos de camaroncitos secos

       2 Jitomates

       Un cuarto de cebolla

       1 diente de ajo

Se licúan crudos los jitomates, la cebolla y el ajo, y se vierten sobre una olla grande. Cuando el recaudo empieza a hervir (que es muy rápido) se va virtiendo el mole poco a poco. Se agrega agua según se vaya necesitando para lograr que el mole mantenga una consistencia pastosa. Según mi experiencia (de una sola vez) esta parte es fundamental, pues si el mole queda muy aguado o en grumos, el platillo no será bueno.

Por separado, se limpian los romeritos y se cuecen. Lo mismo se hace con los nopales y las papas cambray. Primero se agregan los romeritos, poco a poco, buscando que el mole se impregne bien en esta hierba. Casi por arte de magia, el mole se multiplica y es posible terminar con los nopales y las papas en una misma olla listos para saborear. Algo que parecía imposible antes de empezar.

Así, el 23 de diciembre por la noche ya teníamos listos los platillos que nos habían sido asignados.

El primer recalentado fue el mismo 24 y según los comensales (entre los que me incluyo) el caldo de camarón y los romeritos quedaron exquisitos. Una de mis hermanas y su esposo prepararon el pavo; mi mamá y otra de mis hermanas prepararon el bacalao; y mi hermana más pequeña, la ensalada de manzana. Todo quedó exquisito; todo lo probé y de todo repetí.

El segundo recalentado fue el 25 de diciembre. Es sorprendente, pero el sabor del caldo de camarón, los romeritos y el bacalao estaba mucho mejor. Acabé y me tomé un Riopan; hice a un lado la cerveza y tomé agua sola.

Hoy me levanté a correr con mi cuñado y en cada paso de los ocho kilómetros que recorrimos fui pagando el exceso de comida de este mes, así como algunas cenas trasnochadas que han alterado un poco mi metabolismo. Parece que ya ha pasado lo más pesado y eso espero, pues después del maratón de Chicago he subido varios kilitos que tendré que sudar en las próximas semanas.

Todavía tenemos mucha comida y es probable que en los siguientes días nos escapemos a casa de mi mamá para que nos prepare una tortita de bacalao o unos romeritos que cubran un rib-eye; un caldo de camarón o un pavo con ensalada de manzana. Para disfrutar de uno de los grandes placeres de esta época, aunque en este cierre de año cuidaré complementarlo con sesiones de trote: así el placer viene sin culpa ni arrepentimientos que insisten en ubicarse alrededor de la cintura.

Jueves ordinario: el volado

 

Sin duda ha sido un año complicado. Por donde se le vea. Esta semana incluso con más trabajo que nunca; además de las cenas tradicionales de estas fechas. Por ello este jueves será viernes. Llegamos y eso es ya de por sí un logro.

// Vamos caminando sobre el pasillo y con los ojos sobre el suelo, planeando una solución para lograr que los objetivos del año se cumplan. Queremos hacerlo, pero nos gana nuestra ambición personal. Al final cedemos; nos conviene. Ganamos; nos convence. Cambiamos nuestro paradigma y sustituimos creencias anteriores por experiencias nuevas. //

Ya existen datos de que la economía nacional no crecerá durante 2009. Presagio de que el año venidero será aún más retador. Hay que organizarse bien y recurrir a los buenos hábitos que sabemos nos permiten funcionar mejor: planes de trabajo y seguimiento; ideas claras y comunicación efectiva; dieta sana y ejercicio. Estas acciones están en nuestras manos y serán necesarias más que otros años.

// Competíamos Edgar Zapata y yo por la titularidad. Derecho y cada quién haciendo su mejor esfuerzo. Unos partidos él, otros yo; unos cuartos él, otros yo. Así fue toda la temporada. Más allá de esta sana competencia, la gran aportación que le hicimos al equipo fue diseñar un plan de juego más agresivo. Nos coludimos para que confiaran más en las ventajas de mandar más pases: por habilidades y también porque era más divertido. Al final, el equipo funcionaba muy bien; la línea ofensiva respondía igual, independientemente de quién estuviera detrás del centro. Fue un gran año y aprendí que la competencia es más efectiva cuando hay colaboración. //

Una de las claves en nuestro micromundo -muchas veces diferente a los indicadores macroeconómicos-  es saber con detalle el impacto que tendrá esta crisis en nuestro ámbito de influencia; qué factores serán los determinantes a cuidar y -sobretodo- cuándo cambiará la tendencia para estar preparados para aprovechar el punto de inflexión. Tiene que ver menos con análisis económicos tradicionales y más con estudios sectoriales particulares, así como con un conocimiento profundo de nuestros mercados y sus diferentes segmentos. Parece de libro de texto, pero es más de sentido común.

// Estamos haciendo los nuevos presupuestos del año y nos ponemos de acuerdo para que nuestros roles sean complementarios. Parece -desde un plano profesional- que también es una oportunidad de competir entre nosotros; y lo es. Pero es más de colaboración, pues la competencia real está afuera y nuestros retos clave son los clientes y los procesos de gestión internos. Vamos cerrando el año; una puerta que fue excepcional. Y al mismo tiempo, abriendo un nuevo capítulo que seguramente será -además de retador e intenso- muy divertido y enriquecedor. //

La teoría de juegos, diseñada en su fundamento por John Nash, sugiere que existen equilibrios claros de colaboración, donde el ganar-ganar es posible, pues los incentivos a hacer trampa se eliminan. Claro que el juego no es de una sola vez; se repite y se aprende. Se colabora y con ello se gana. Teoría y práctica conciliadas. Parece obvio, pero aún Nash veía fantasmas.

Notas:

  • Como en esta semana, me faltaron minutos de soledad y de ejercicio físico, que es normalmente donde y cuando aparecen las ideas para el ensayo semanal, el tema del día de hoy surgió de un volado.
  • Parece que fue por la suerte que escribí este jueves, pero me gusta pensar que no. Que tenía que dedicar este post a mi gran amigo Edgar Karam.

Jueves ordinario: la creencia

«¿Sí saben que la virgen de Guadalupe no existió, verdad?» nos señaló un marista novato al explicarnos la importancia de la virgen María. Era 1987 y cursaba 4° de preparatoria. En el momento que el maestro titular escuchó tal aseveración se acercó violentamente al muchacho apenas unos años mayor que nosotros y tomándolo del hombro, señaló: «Bueno, esa es una teoría, pero no está demostrada. Hablemos de María».

Con el párrafo anterior, pareciera que hoy es uno de esos jueves en que voy a polemizar con ese tema que manejo tan mal, con argumentos dispersos que se pierden en el aire, falta insistente de oportunidad y carencia profunda de empatía y tolerancia.

Durante los tres años de la prepa que cursé en el Centro Universitario México (CUM), colegio marista, guardé silencio y respeto a quienes rezaban el Ave María, antes de iniciar cada clase. Cabe señalar que algunos maestros no seguían el rito, pero fueron la minoría; los demás, muy apegados, pasaban cada día a un alumno diferente a guiar la oración. Nunca me tocó pasar, por cierto; o si pasé, ya olvidé el evento que debió ser embarazoso, incluso para mí.

Aprendí a disentir con más voluntad de rebeldía que con argumentos claros y contundentes. Impulsado por un fuego que me encendía el pecho me lanzaba a discutir, ya fuera con mis amigos, mis maestros, mis padres e incluso con mis abuelas. «Ya se te pasara chatito», me decía mi abuelita Anita, cuando le cuestionaba acerca de la fe en el más allá.

También en la prepa, antes y después de los partidos de fútbol americano, hincados y tomados de las manos, inclinábamos la cabeza para pedir por el juego o agradecer que no habían salido lastimados. Para mi, era un momento envidiable de reflexión y aunque disentía en el fondo, armonizaba en la forma (o al revés según quiera verse). Humildes y con la cabeza gacha, elevábamos el espíritu en un rito comunal. Tan representativo como el mismo juego.

Escribí mis primeras reflexiones con pasión (cincel y martillo diría el filósofo alemán del siglo XIX) y busqué definir el origen de ese impulso creador. Explorando ese primer acto que sentía tan mío y tan distinto a cualquier influencia previa. Fue el despertar. Violento, como merecían esos años adolescentes.

«Adolescente significa que carece», nos repetía el director del CUM, Marco Antonio Flores Meyer y continuaba más o menos así: «Usted adolece, carece, le falta. Eso es ser adolescente. Usted lo sabe y yo lo sé. Por eso viene a aprender. Con humildad y tal vez con un poco de suerte deje algún día su estado primitivo». A finales de los 80s, Flores Meyer superaba los setenta años y decían que tenía una pata de palo y un ojo de vidrio. Por cierto nunca lo vi rezar. Pero eso no quiere decir nada, pues su calidad de marista le exigía esos hábitos. Aunque me sorprendió un día que reseñó un partido de la NFL, criticando al comentarista por recomendar al equipo que iba perdiendo que ya no intentara nada, pues de todas formas iba a perder; quedaban unos segundos. Criticó la resignación.

Encontré eco y comprensión en un sacerdote amigo de la familia, el padre Felix, como lo conocíamos todos. Madrileño, seminarista desde los trece años, sabio y con una retórica envidiable. Gustaba del juego de palabras y cautivaba a sus audiencias grandes o pequeñas con su manejo magistral de la oratoria. Su mensaje era casi siempre origen o devenir del amor y la esperanza. Así lo recuerdo. Fue mi mentor en la adolescencia y quien me impulsó a perderle el miedo a lo nuevo, aún sabiendo que este atrevimiento me apartaría de la iglesia y de la religión.

No polemicemos pues. Lo hice con gran amor durante muchos años. Aunque casi siempre el vacío y la indiferencia fue lo que recibí de respuesta. Después lo hice, por amor, pero también por deporte. Ahí encontré más respuestas, aunque muchas venían acompañadas de palabras altisonantes y otras más de incredulidad; a veces de compasión; otras, pocas, de argumentación. Y se pasó mi adolescencia en polémicas estériles que nadie recuerda, mas que yo ahorita, sin mencionar detalle para no levantar el polvo que se ha hecho piedra, sólida y monolítica.

Hay un libro publicado por Sam Harris en 2004, titulado en inglés «The end of faith». Me levanta el polvo en las mañanas y a veces en las noches. Me quedo un rato como plasmado, sonrío y sigo leyendo. ¿Podré algún día expresar mi creencia sin temor a que alguien -cualquiera que sea- se sienta agredido? ¿O, sin que se sienta agredido, que escuché con seriedad los argumentos? No, me parece que ese sueño es de adolescentes solamente. Sueño en el que los seres humanos intercambiamos libre y genuinamente nuestros postulados filosóficas sin anteponer dogmas heredados o creados; ahí donde hombres y mujeres confiamos en nuestros recursos sensoriales, intelectuales y espirituales; nuestros. Sin ayudas ni revelaciones divinas. Pero no polemicemos, no en estos días.

Jueves ordinario: el ocio y el fusilado

//www.irka.com.ar

Dibujo tomado de http://www.irka.com.ar

Una de las características de las sociedades avanzadas es su capacidad de generar espacios de ocio y de entretenimiento. Dado que las necesidades básicas han sido cubiertas, la naturaleza del ser humano busca satisfacer otras, que bien pueden estar relacionadas con el arte, la cultura y la espiritualidad; o bien con el entretenimiento, la convivencia social y el placer. Necesidades que trascienden a las fisiológicas y que se relacionan con la exaltación superior del ser humano sobre cualquier especie conocida.

Pues bien, los mexicanos a pesar de no tener una sociedad avanzada (cuando menos no con una extensión suficiente en todos los habitantes) somos culturalmente productivos en necesidades no básicas. Desde el folclor que caracteriza nuestras tradiciones prehispánicas, pasando por la música y el baile, hasta el ingenio en el manejo de la palabra y la generación de leyes inútiles.

Así, el día de ayer se ha aprobado en el estado de Coahuila la pena de muerte contra los secuestradores que hayan asesinado a su víctima. La ley sancionada por el congreso local especifica, además, que estos delincuentes serán ejecutados por la vía del fusilamiento. Independientemente de que estemos a favor o en contra de esta propuesta, el entorno pareciera ridiculizar este tipo de planteamientos. Antes de profundizar en el entorno, revisemos -por mero ocio- qué argumentos existen a favor y en contra de la pena de muerte, sin que por ello estemos de acuerdo con alguna postura.

A favor. Se señala que estos delincuentes no tienen posibilidad de rehabilitarse, pues al actuar en desapego total a los valores difícilmente pueden distinguir lo bueno de lo malo. Que además le cuestan al estado y que incluso pueden seguir operando desde las cárceles mexicanas. Que la corrupción existente en los centros de readaptación impediría que cumplieran con su condena y que más temprano que tarde saldrían nuevamente para desarrollar libremente sus fechorías. Que la religión contempla la muerte a ciertas personas apartadas de la ley de dios, como los delincuentes o los no creyentes. Que el daño causado a la sociedad no puede revertirse más que con su muerte. Y por último, que su muerte daría alivio a la familia de la víctima.

En contra. El primer argumento es la vida: por su naturaleza siempre será la contraparte de la muerte en todas sus presentaciones. Se señala que no existe evidencia empírica de que los estados practicantes de la pena de muerte hayan disminuido los índices de criminalidad del delito que pretenden combatir. Que todo ser humano merece la oportunidad de demostrar que puede rehabilitarse. Que es pecado. Que ningún ser humano tiene el derecho de privar de la vida a otro. Que instaurar este tipo de castigos, rebajaría al Estado al nivel del delincuente. Y por último, que la muerte impedría que el delincuente cumpliera con su castigo y su ejecución sería mas bien un premio.

El entorno. En México, apenas un 10% de los delitos se denuncia; y de estos el 99% queda impune. Como sabemos, la policía y el poder judicial están infestados de corrupción e ineptitud, lo que por cierto acepta abiertamente nuestro Presidente. Estas condiciones permiten que los delincuentes operen con total libertad y en muchas ocasiones con apoyo de la autoridad. Los delincuentes saben que no tendrán un castigo por sus fechorías, sino al contrario. Bajo estas circunstancias, los candidatos a ser ejecutados por asesinar a su secuestrado representan el 0.1% de los delincuentes. Además, por la corrupción e inpetitud del sistema de justicia del país, es muy probable que el delincuente sea inocente. Dicho de otra forma, los fusilados acabarían siendo meros chivos expiatorios, tal y como sucede con miles de personas que inundan las cárceles del país.

Es claro que, en lugar de atacar de raíz el problema de la delincuencia, lanzamos distractores que nos entretienen y al mismo tiempo nos alejan de solucionar las causas de este mal social. El tema empieza ya a animar las conversaciones cotidianas en la política, en los medios y en las sobremesas de nuestras casas. La discusión bizantina viene acompañada de nuestro tradicional folclor tan característico: con colorido y lleno de humor, y al mismo tiempo falto de seriedad y claridad en los planteamientos prioritarios. Anteponemos el ocio a las necesidades de nuestra sociedad, lo que contradice la teorías antropológicas y sociológicas tan aceptadas en otras partes del mundo.