– «Papá, mejor yo te mando el pase», me dijo Bruno después de que le sugerí qué trayectoria hacer.
– «Me duele la espalda», reviré con una mueca de ligero dolor.
Inusualmente, salí temprano de la oficina acompañando a una tarde espectacular. Al llegar a la casa, Bruno y un par de vecinos me invitaron a jugar tochito. Ni lo pensé. Se armaron rápidamente los equipos: dos y dos y me tocó con mi hijo. Él, de seis años y nuestros contrarios de once y nueve años respectivamente. Ni sumando sus años se me acercan. ¿Alguien recuerda que muchas veces -para buscar equilibrar los equipos- sumábamos los años, sin importar que muchas veces el más grande era también el más malo?
Empezamos con un leve recordatorio de las reglas; sus reglas por supuesto, pues quise sumarme a la dinámica existente. Toque arriba de la cintura, «no se vale en la cabeza»: puedes correr en todas las oportunidades, pero no pueden tocarte si dices «line», lo que además implica que sólo puedes mandar pase. Sale. Pateamos. Recordé esa sensación de felicidad al ver cómo el balón volaba a través del cielo azul y bajaba poco a poco, muy lento. Y corrimos: Bruno y yo corrimos a defender, juntos por primera vez en un partido.
A la defensiva, él presionaba al QB y yo con mis varios centímetros más alto me quedaba cubriendo el pase. Ahora, que estoy sentado aquí, confirmo que debí dejarlos anotar un par de veces; lo pensé durante el partido, pero algo dentro de mi me impulsó a interceptar todo lo que se me acercaba. A la ofensiva, intercambiamos: hizo excelentes trayectorias (tenemos «recto», «stop» y «stop and go»). Increíble cómo una y otra vez el «stop and go» es jugada de TD. Claro que faltó que la atrapara para concretar los siete puntos. Pero las ejecutó con maestría y superó varias veces al niño de once. Cuando me tocaba a mi hacer las trayectorias, pudimos avanzar mejor, pues para un niño de seis (y no sé hasta qué edad) es más fácil lanzar que atrapar. Lanzó un par de pases muy certeros y por arriba del defensivo que nos valieron un par de anotaciones. Todo fue bien, hasta que sentí este dolor que traigo en la parte baja de la espalda. ¿Cómo puede uno correr 16 kilómetros el fin de semana y a los tres días estar como viejito en un juego con niños que no han salido de la primaria? Pues así.
Terminamos el partido; leí y mandé varios mails; hice y recibí varias llamadas; nos arreglamos para ir al concierto. ¿Qué habrán sido? ¿Dos horas? Y cuando nos íbamos ya había otro partido llevándose a cabo: tres y tres; con una niña de un lado y el portero de la privada del otro. Ahí estaban organizándose para hacer una trayectoria o intentar un pase largo; corriendo armónicamente y celebrando esa anotación espectacular. Gritando y divirtiéndose como solo los niños saben hacerlo. Estoy seguro que al terminar, ni sintieron nostalgia y menos un dolor intenso en sus músculos. No, terminaron y al despedirse se prometieron verse al día siguiente para continuar.
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Notas al margen:
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Según me han dicho y he observado en la colonia donde vivo, hay un furor por el fútbol americano. Los niños han estado cambiando la redondez y las patadas, por el ovoide y los pases. Excelente elección; tal vez sea el principio del cambio en el país.
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Nunca imaginé ver a nuestra moneda en 15 pesos por dólar. Bueno, ni por asomo se me ocurrió. Bromeé hace unos meses, cuando el peso a 12.5 me recordaba los 70s y las políticas populistas que tanto daño nos hicieron.
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Si alguien, alguna vez, quisiera ilustrar un ejemplo de decadencia política, seguramente elegirá un spot de los que inundan los medios actualmente y casi cualquier declaración de nuestros políticos.
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