“Por favor no olviden enviarme sus objetivos”, recomendé a mi equipo hace unos días para cerrar los compromisos del año. El viernes por la mañana revisaremos los planteamientos y también definiremos acciones que nos permitirán mejorar nuestra calidad de servicio.
También dentro de la empresa se están llevando a cabo reuniones de planeación en los primeres niveles directivos: afinando los cómos y precisando estrategias de mediano plazo, más que definiendo los qués, pues estos últimos se acordaron desde hace varios meses e incluso años en temas fundamentales. Este esquema de trabajar es natural en el Banco y cada vez son más lejanos aquellos estilos de dirección poco claros en la definición del rumbo y deficientes en la gestión de los resultados.
En nuestra empresa, como en muchas más del país, sabemos que las condiciones macroeconómicas no son las ideales y que el primer semestre podría ser en particular un poco lento en términos de mercado, pero esta situación solo nos compromete más con la efectividad de nuestras funciones.
Así, mientras los sectores no productivos de la sociedad pierden el tiempo criticando a otros y lamentándose de su mala fortuna, en la industria de a de veras (que sí existe en México y que además se extiende desde las corporaciones hasta las pequeñas y micros empresas) estamos chambeando: buscando ganar el terreno estrecho que algún competidor no pueda aprovechar y luchando también para mantener nuestro trabajo o los ingresos que mantengan funcionando a nuestras empresas. Pocos empresarios están a la expectativa de que el gobierno aplique algún tipo de políticas milagrosas del pasado, pues nos hemos acostumbrado a generar valor con acciones propias, no con “regalos” del Tlatoani en turno. Para este sector productivo esos tiempos de corporativismo clientelar van alejándose a pasos agigantados.
Entre los que no producen nada se codean líderes sindicales, líderes agrarios, políticos (no todos, pero sí muchos), aviadores (públicos y privados) y muchos otros pachucos que añoran el pasado, pero que sobre todas las cosas aborrecen al trabajo. En las palabras sabias de mi gran amigo y mentor, Rogelio Montes de Oca: “hacen todo lo que no tienen que hacer para no hacer lo que le sí tienen que hacer”. Estos huevones (para mantener el sano hábito de llamar a las cosas por su nombre) en complicidad con esquemas permisivos todavía existentes son los que obstaculizan el progreso de nuestras empresas, familias y sociedad.
A estos personajes indeseables los encontramos por doquier. Es el vecino enfundado eternamente en sus pants que vive de las rentas del padre o del sueldo de la esposa. El compañero de trabajo que habla mucho, dice poco y hace menos. ¿Ya lo vieron? Sí, nos hace reír y hasta bromeamos acerca de él. Pero los toleramos. El mal jefe que es servil con su superior y tirano con su equipo. El líder agrario que acarrea cientos de tractores hacia la capital. El policía mordelón y también el fayuquero y el distribuidor de enervantes. Los seguimos tolerando y pareciera ser que no es posible romper este círculo vicioso.
Sin embargo, aunque no se note a simple vista, somos más los comprometidos con la productividad y la legalidad. Está el compañero de trabajo efectivo y honesto; el vecino que coordina la seguridad de la colonia y hasta pone de su bolsa para pagarle al jardinero; el político profesional con vocación de servicio que implanta políticas exitosas; y también el policía que enfrenta a los delincuentes sin más ambición que el de cumplir con su trabajo. Además, el jefe ejemplar, ambicioso en sus objetivos pero igualmente comprometido con el desarrollo de su equipo y el comerciante honrado que pronto también pagará impuestos. Existen estas personas entre nosotros y estoy convencido que somos más, muchos más los de esta estirpe. Reconozcámonos y hablemos entre nosotros; busquemos empatar nuestros convencimientos y llevémoslos a nuestras familias y a nuestros equipos de trabajo. El primer gran paso sérá acordar que ya no toleraremos a personas improductivas o fuera de la ley que afectan nuestro entorno y por ende nuestras vidas.
Casi sobra señalar que esta llamada a la intolerancia se reduce a los huevones y a los delincuentes. Hay que distinguirlos, dándoles un trato diferenciado no incluyente que provocará -en primera instancia- que no se sientan cómodos dentro de nuestra sociedad: pues los señalaremos como la principal causa de nuestra falta de progreso. En paralelo, es necesario distinguir a quienes más aportan, reconociéndolos con beneficios tangibles; dentro de las empresas es relativamente fácil hacerlo con sueldos y prestaciones superiores. En la política, como sociedad contamos con las elecciones que -si bien limitadas- son una buena herramienta para distinguir a los que hacen mejor las cosas. Y en las familias es necesario regresar a nuestros valores fundamentales, donde no compramos discos pirata y premiamos a los hijos que van mejor en la escuela (por citar solo un par de ejemplos). En cuanto apliquemos acciones de este estilo, emergerá en el país -como por obra de una mano invisible- algo que los mexicanos mostramos de manera natural en ambientes propicios: la productividad.
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Nota al margen: El sueño americano perdura
El domingo pasado, Eli Manning, QB de los Gigantes de Nueva York, fue nominado como el jugador más valioso al liderar a su equipo a la conquista del Super Bowl XLII, contra todos los pronósticos existentes. El año pasado fue su hermano, Peyton Manning, QB de los Colts de Indianapolis, quien ganó el MVP del SB XLI. ¿Cómo se sentirá su padre, Archie Manning, QB de los Santos de Nueva Orleáns en la década de los setenta principalmente? ¿Cómo al ver que él los guío hacia este camino que los ha conducido al máximo logro de la NFL?
¿Qué ejemplos tenemos a la mano en el país para fomentar la existencia de un sueño mexicano? Pocos y mal difundidos ¿Qué concepto hemos construido para impulsar un “sí se puede” que no sea hueco? Ninguno. Y mientras no lo hagamos, seguiremos fomentando la migración de millones de mexicanos que legítimamente buscan algo mejor para ellos y sus familias. Y nadie los va a detener. Más vale pues, que empecemos a construir historias de éxito que premian la productividad y la legalidad.
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