Jueves ordinario: el cable

Paisaje autopista Matehuala a Saltillo

“¿En dónde estamos? ¿Por qué no hay casas?”, nos preguntó Bruno al despertarse y ver el paisaje. Hace apenas unos años no había autopista y la carretera brindaba un espectáculo aún más desolador. Coches y camiones cruzábamos en tres carriles: el de en medio, a veces de ida, a veces de vuelta. Los camiones más lentos, pegados al acotamiento, dejando pasar y al mismo tiempo esquivando los restos de las llantas. Tiras interminables de hule ensombrecidas por las yucas amarillentas y las montañas grises. Es la ruta que corre entre Matehuala y Saltillo. ¿Cómo será de noche? El silencio debe atrapar a cualquier alma que ose lanzar cualquier intento de ruido. La negrura de la noche debe atrapar la mirada del más soñador y la montañas deben cobijar un espacio fuera de todo tiempo. En el día y en sábado previo a semana santa, la autopista se llena de viajeros que pasamos por ahí sin dejar mas que un rastro de contaminación y unos billetes que contribuyen a que sigan abriéndose gasolineras con todo y tiendas de conveniencia. Pero nada más. 

Hace muchos años que viajábamos de norte a sur, de Saltillo a Matehuala, provenientes de Sabinas, Coahuila, me sorprendí al ver a mis primos Jorge y Aldo que sacaban la cabeza por la ventana de la camioneta para apreciar bien a las personas que pedían dinero en la carretera. Al borde, a un metro de desnivel, hundidos, niños y señoras agitaban sus brazos, extendiéndolos hacia adelante y mostrando sus palmas vacías. Miles de coches y camiones los veíamos (y seguimos viendo) y así como mis primos muchos más, aventaban monedas a esas personas pobres. Y los niños corrían detrás de las monedas que rodaban sobre la tierra y levantaban polvo seco que los ensuciaba más.  

El sistema de electricidad corre por el lado este de la carretera, por lo que para surtir de energía a las casas y negocios situados del lado oeste, se lanzan por encima de la carretera unos cables montados sobre postes de luz de concreto. La experiencia causa un poco de vértigo: se combinan los 130 kilómetros por hora de velocidad con la planicie interminable donde se extiende la autopista: un cable aparece con fuerza de vez en vez, por encima de la camioneta y por la perspectiva uno piensa que nos subiremos en ellos, para quedarnos en ese lugar inhóspito, lleno de silencio y desolación.  

El contraste del paisaje es brutal al cruzar -kilómetros más adelante- la sierra oriental, como si marcara el comienzo (o fin) de otro mundo. Hacia el poniente a diez minutos se levanta un Saltillo cada vez más próspero, al norte a dos horas Nuevo Laredo que concentra más del 50% del cruce comercial con Estados Unidos; y al oriente, a media hora de distancia, Monterrey, una de las ciudades más dinámicas del país. En ese cruce, la vegetación sigue sin ser excesiva, sin embargo emerge un sentimiento de riqueza y abundancia. Lo que se confirma -en nuestra particularidad- al llegar y saludar a los amigos.

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Notas al margen: 

  1. El jueves ordinario de esta semana se publicó en domingo por algunas cuestiones de logística, pues la madrugada del jueves la invertí en preparar unos documentos de trabajo para poder salir un par de días de vacaciones. Venir a Monterrey y cruzar a Texas.
  2. Llegando a Monterrey nos recibieron con gran calor humano nuestros grandes amigos Gerardo y Nelly y sus niños Regina y Bruno. Comimos muy bien y bebimos mejor. Cantamos y hasta bailamos. Este jueves está dedicado a ellos.